Zaray me observa con compasión y casi parece como si se estuviera preguntando qué es lo que debería decirme, después de unos segundos sólo se limita a envolverme en un abrazo en la comodidad que su sillón nos otorga. Comienza a sobar mi espalda suavemente, como esperando que yo pueda liberar todas las tensiones, las confusiones y las abigarradas emociones que retengo.

Resoplo en su hombro y por ello elevo unos cuantos de sus lacios cabellos.

No si sea algo bueno, pero la presión en mi garganta ha perdido bastante intensidad. Ya no tengo deseos de llorar.

—Es un infeliz que simplemente no te merece, Azú. Al menos lograste darte cuenta por ti misma.

Las palabras de Zary me comprimen el pecho y provocan que un agudo dolor y casi insoportable comience a extenderse por éste. Lamentablemente, sé a qué se debe el suplicio que inicia su aparición creciente dentro de mi organismo, y es que, quizá, yo ya lo había notado en los actos de Alan con anterioridad, pero no quise dejarme guiar por esa inseguridad con respecto a él.

Había una sospecha latente que reprimí. Internamente, sabía que algo andaba mal en las actitudes de Alan y en esos impulsos incontenibles que repentinamente lo domaban. Pero me obligué a cegarme en nombre de un amor que nunca lo fue y dejé que me lastimara a su antojo al sostenerme de aquel pilar constituido por sus encantos, por su fingida caballerosidad y por su falso querer. Lo peor es que mi ingenuidad y falta de experiencia le facilitaron las cosas.

Mi confianza había sucumbido ante él, ante la primera impresión, ante su confesión, ante una simple ilusión. Se la entregué sólo para terminar herida al final.

Tanto me dejé encandilar por una luz embustera que hasta perdoné lo aborrecible. Y por creer en una persona que jamás existió merezco todo el sufrimiento que me ha torturado y seguirá atormentándome, porque, se suponía que arrostraría con firmeza cualquier eventualidad de ser necesario si en algún momento la balanza en nuestra relación se tambaleaba o se desequilibraba, incluso había pensado que podría soportar hasta el sentirme desvalorada o lastimada sólo si se trataba de proteger el nosotros en el que creía, pero aun cuando pasé por todo aquello, aun cuando la aflicción atenazó mi ser, no hice nada por defenderme, por reivindicarme, no hice nada por mí misma.

Terminé tropezando con la piedra que más traté de evitar.

—Soy realmente estúpida, Zaray.

—No lo eres. —Reafirma la fuerza de sus brazos que me envolvían—. Tú corazón cayó en las manos equivocadas, y se dejó llevar por amor. No te culpes más, a cualquiera pudo sucederle.

Y tenía razón. Sólo que, por algún motivo, yo fui la que se convirtió en su objetivo.

Una nueva duda empieza a carcomerme el cerebro: ¿Cómo supo aquello?

Intento forzarme a recordar más detalles de la conversación que Alan mantenía con sus amigos pero no logro rescatar nada más que todas esas infames palabras que se atrevían a burlase de mí. Esas que siguen quemando mi orgullo.

Tal vez había llegado tarde a su charla perdiendo, por ello, valiosa información y debido a eso es que la incertidumbre, ahora, ha decidido ensañarse con mi razón.

Aún no puedo creer cuan envuelta en un manto de engaño me mantuve. Estoy terriblemente impactada. Así como justamente me sentí en ese momento de resolución, en aquel instante en el que me disponía a encarar a Alan y decirle en claras palabras que ya no podía seguir intentando engañarme con sentimientos que cada vez iban perdiendo más fuerza por lo que debíamos pausar lo que aún no empezaba, que necesitaba con urgencia aclararme, pero no, mis intenciones fueron disueltas en cuanto escuché aquello.

El llanto de una Azucena© | Actualizaciones lentasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora