Noto, de momento, que gracias a mis cavilaciones incesantes me he pasado unas cuantas cuadras de la parada en que debía bajarme. Desciendo del microbús una vez le indico, algo agitada debido a mi despiste, la parada alternativa al chofer.

Camino un resto insignificante hasta mi casa y en cuanto traspaso el umbral de la puerta, me dispongo a buscar al diablillo para someterlo a un intenso interrogatorio. Ya no soportaba la angustia que despertó mi hermano en mí con su llamada clandestina.

El interior de mi casa se encontraba, extrañamente, sumido en silencio. Normalmente, a estas horas, Ian aprovecha para ensayar alguna melodía en ese teclado cuya existencia está en pleno desconocimiento de mi padre, pero que mi madre no dudó en regalarle en el momento en que se enteró de la pasión que fluía en ese enano mañoso. Inusual era que no estuviese practicando ahora que mi papá aún no llegaba de su trabajo.

Llego a la entrada de su habitación esperando encontrarlo estudiando, o en el remoto de los casos, durmiendo. Su abstención a ensayar con su instrumento debía ser por algún motivo. Cuando abro la puerta, sin embargo, no lo encuentro haciendo ninguna de las actividades que imaginé porque en realidad, y para mi pesar, no estaba allí.

—Ian no está cariño, fue a casa de un amiguito —informa mi madre a mis espaldas, espantándome. Al voltearme me reencuentro con sus gestos suaves y dulces, una vez más, opacados por un agotamiento inusitado.

—¿A qué hora volverá?

—Tu padre lo recogerá de camino hacia acá —responde. Maldigo para mis adentros—. ¿Se puede saber para qué lo necesitas? —inquiere elevando las cejas.

—Para nada importante, sólo quería reclamarle por algo que hizo —miento—. Tú sabes, cosas de hermanos.

—Azucena, Ian es un pequeño y tú, una viejota así que no te exasperes por cada travesura que haga, amorcito, que no será un niño por siempre —aconseja de manera afectuosa. Acto seguido, pellizca uno de mis cachetes.

Empieza a alejarse cuando concluyo que, en realidad, si tengo dudas a ella también podría preguntarle, después de todo, de ella quería hablarme Ian.

Me giro para detenerla, por eso es que, justo en ese momento es que presencio cuando choca fuertemente contra el muro al que está a un costado de las escaleras.

Me acerco a auxiliarla de inmediato.

—¡Mamá! —Me alarmo—. ¡¿Te encuentras bien?! —cuestiono insepccionando la zona afectada por el golpe.

—Sí. —Ríe por lo que le pareció un simple chascarro. —No te preocupes que no fue nada, sólo un pequeño incidente.

Me limito a examinar su frente. Dirijo mi visión hacia sus ojos, la observo con sospecha para después exponerle—: ¿Qué no fue nada?, pues a mí me parece que ''ese pequeño incidente'' amerita una cita con el oftalmólogo.

—Ay, querida —dice desdeñosa—. No exageres.

Mantengo mi mirada en la suya, incrédula, evocando el recuerdo de la llamada desautorizada de mi hermano.

—Oye má... —Comienzo a plantear, en un intento por simular desinterés—. ¿Sucedió algo mientras yo no estaba? —Finalizo. Inexplicablemente, parece asombrada con mi interrogante.

—No, bella, ¿por qué lo preguntas? —Parece tensa. Un deje de nerviosismo se dejó apreciar en sus palabras.

—Por nada mamá, tranquila, sólo quería saber si hubo alguna novedad mientras no estaba, es todo —De inmediato su cuerpo se relaja.

—Oh, bebé, el fin de semana transcurrió como de costumbre.

—Entonces no me perdí de algo importante —Insinúo.

El llanto de una Azucena© | Actualizaciones lentasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora