Adabella, por otro lado, no estaba contemplada en esos planes por la simple razón de que ella es la chica que le asignaron a Dylan, pero tuve que incluirla cuando, en medio de la clase de Indicadores Sociales, comenzaron a llegarme mensajes vía Facebook, red social que por lo demás suelo utilizar poco, pero que la incesante llegada de notificaciones me orilló a revisar. Uno de los emisores era Dylan, quien me pedía que le hiciera el favor de reunirme con la chica que le habían dejado a cargo puesto que él no podía hacerlo hoy y al parecer ella lo necesitaba con urgencia, el otro emisor era justamente Adabella, preguntando si no sería mucho problema que acudiera a mí por la tarde ya que su ''padrino'' no podía atenderla hoy mismo, recalcando que él le había señalado que, para remendar su falta, se acercara a mí por el momento. En vista de que ya había acordado una hora con Edison, le propuse unirse a la reunión que sería realizada en uno de los pequeños salones apartados para el uso de los estudiantes.

Y creo que no fue la mejor de las ideas. Pero qué podía saber yo.

Claramente, ellos no habrían estado de acuerdo de haber sabido que compartirían espacio de estudio, lo sé porque esa rivalidad que alborota la calma del ambiente de vez en cuando se asomó en cuanto asumieron que debían tolerar de la presencia del otro en el mismo sitio.

Su discusión infantil continuaba y cada vez fluía con mayor intensidad, y yo, sin saber cómo frenarlos, me limitaba a juguetear con el dije de la nueva adquisición sujeta a mi muñeca. Las palabras disparadas, de un segundo a otro, comenzaron a ser demasiado ofensivas y el tono de sus voces iba en incremento en su búsqueda por acallar al contrincante.

Se salieron de control en minutos, y la verdad, se habían escabullido del mío desde el inicio.

—Chicos... —digo carente de vehemencia. Ellos, por su parte, no dan señales de haber oído o lo que es peor aún, de querer detenerse.

Palabras molestas que exigían que respetáramos el silencio resonaban del otro lado de las paredes. Me abochorné, después de todo, una de los requisitos básicos para poder ocupar los salones de estudio sin restricciones es la sumisión al silencio.

—¡NIÑOS! —grité infringiendo las normas, sólo porque la situación lo ameritaba. Ellos se callaron de inmediato, con el desconcierto inundándoles el rostro.

—¡No somos niños! —Me reprochan al unísono, afortunadamente, un poco más calmados.

—Pues discuten como si lo fueran. —Expulso el aire que había contenido en un suspiro alargado—. ¿No han escuchado ese dicho que dice que los que pelean se aman? —inquiero melancólica, recordando mi niñez y esperando, con ello, sacar a flote la sensatez que la presencia del otro les hace reprimir. Sin duda escuchar una insinuación como esa hará que no vuelvan a dirigirse la palabra.

—¡Que idiotez!, ¿qué ese no es un juego de niños? —Destaca Adabella.

—Sí, Azucena, ¿a tu edad diciendo cosas como esa? ―Niega con la cabeza―. Me sorprendes, eh. —Le respalda Edison.

Resoplo en señal de rendición. Realmente no comprendo la bipolaridad de estos dos.

—Bien, bien, como digan. Lo único que les pido es que controlen sus impulsos o me veré en la obligación de no prestarles mi ayuda, y sin ella no les quedará más remedio que vérselas por sí solos. ―Les reprendo. Ellos me miran con culpa—. Chicos, sé que tal vez es difícil para ustedes tratar de llevarse bien, pero piensen que esto es ocasional, además su prueba se acerca y no creo que les agraden las consecuencias que su inmadurez pueda traerles.

Cabizbajos asienten y dirigen su atención a los apuntes que tienen en sus cuadernos. Debo contener la risa que de pronto quiso escapar de mí al ver las nuevas actitudes adquiridas luego de lo que mi derroche de palabras en un intento de amenaza, generaron.

El llanto de una Azucena© | Actualizaciones lentasWhere stories live. Discover now