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Juliana mordió la manzana con caramelo que Romero le había comprado

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Juliana mordió la manzana con caramelo que Romero le había comprado. Con el rostro inexpresivo, miraba desde lejos a la gente divertirse en la fiesta del pueblo. Las personas de aquel lugar sí que sabían pasarla bien; organizaron un desfile con carros alegóricos, había gente bailando, cantando y encendieron un toro de metal que movieron por todo el parque. Era una fiesta muy grande para un pueblo tan chico, pero no se quejaba, al menos la mayoría estaba disfrutando de las celebraciones.

Un suspiro salió de sus labios, había comenzado a balancear los pies, mientras las sandalias amenazaban con salirse e ir a dar al suelo. Ella estaba sentada en una barda gruesa, que delimitaba los jardines del parque. Algunos metros más allá, podía ver a varios chicos y chicas acomodados en la misma extensión de piedra. Desde ahí se apreciaban a la perfección todos los detalles de las festividades, al tiempo que se podía permanecer en tranquilidad, sin tanto ruido. Era mucho más fácil mantener una conversación de ese modo.

Ladeó el rostro. El cielo estaba despejado, ese día podían apreciarse las estrellas salpicadas a lo ancho del firmamento. Juliana apretó los labios, tratando de calmarse, las anteriores veinticuatro horas habían sido estresantes. Después de tomar la decisión de irse con Romero, había tenido que elegir un camino incluso más difícil. Ella no era una cobarde, nunca lo fue, pero en ese momento se sentía intimidada por las reacciones del resto de la familia.

Se imaginó la cara de duende de Marina, muriéndose de miedo, mientras sus padres perdían la cabeza. Esa mañana había hecho muchas llamadas, las cuales fueron contestadas con moderada educación, algunas con descortesía, pero, en su mayoría, terminaron siendo el detonante de un montón de peleas. La pobre Marina era la que iba a terminar llevándose la peor parte, se lo imaginaba, porque al parecer Julian andaba desaparecido.

Preocupada, se hundió en su lugar y continuó mordisqueando la manzana hasta que se la terminó, luego miró su reloj de muñeca. Ya era tarde, no demasiado, pero estaba exhausta. La música y algarabía la estaban manteniendo despierta, sin embargo, con el paso de los minutos, comenzaba a sentir el cuerpo pesado.

Mortificada, trató de no morderse las uñas.

No estaba segura de poder enfrentarse a una boda pronto. Lo quería, deseaba con toda su alma poder compartir su vida con Romero, sin embargo, estaba dudando ¿Sería aquello lo correcto? Ella apretó los labios, meditando su situación. A veces llegaba a pensar que solo había aceptado la propuesta de Romero para escapar de casa, usaba al muchacho como un modo de huir del horrible destino que le preparaba su familia. Pero luego meditaba todo con mucha más claridad y se daba cuenta que sus dudas eran infundadas.

Juliana no estaba dispuesta a compartir su vida con alguien a quien no amaba. De ser así, habría aceptado el compromiso que su abuelo quería imponerle. Estaba escapando de casa, porque era lo más sano para ella y también porque solo de ese modo, su relación con Romero podría prosperar de la manera correcta.

Comenzar una relación seria, mientras toda tu familia intentaba infundirte miedo, al final iba a torcer el rumbo de aquel noviazgo y ella ya se había hartado de tener que ocultarse. Pero tenía miedo de alzar la voz y que aquello pudiese terminar de mala manera. Conocía lo impulsivo que podía ser su abuelo, era un hombre mezquino casi todos los aspectos de su vida. Era autoritario, estaba dispuesto a todo para hacer cumplir su palabra y no le importaba sobre quien tuviese que pasar, si con ello alcanzaba sus metas.

Era un hombre que podía perder la cabeza de un disgusto y hacer cosas de las que, a diferencia de las personas civilizadas, no se arrepentiría más tarde.

Suspiró. Conforme lo pensaba, las dudas comenzaron a desaparecer. Ella era una chica grande, nadie debería tener la autoridad de prohibirle o reprocharle algo, por salir con alguien a quien amaba. Era estúpido.

—Oye guapa ¿Vienes acompañada? —le preguntó alguien, sentándose a su lado. Juliana sonrió un poco, sabiendo de inmediato quien era.

—No, me han dejado esperando —comentó fingiéndose afligida. Los cambios de humor en su rostro eran mínimos, pero para alguien que la conocía, resultaban evidentes.

—¿Te plantaron? —Romero se bajó los lentes de sol, mirándola de arriba abajo—. ¿Quién podría dejar esperando a una preciosura como tú? —exclamó sorprendido.

—No lo sé, pregúntale a mi futuro marido —Y siguiéndole el juego, ella le enseñó la mano, donde descansaba la alianza que Romero le había comprado.

Este se colocó los lentes de forma adecuada, soltando un silbido de sorpresa. Después, la tomó de la mano, ayudándole a levantarse de la pequeña barda.

—Guapa, tú sí que tienes mala suerte. Ahora vas a tener que acompañarme a comer, justo conseguí una mesa en el restaurante de la esquina que nos está esperando —suspiró—. Luego iremos a bailar, mejor que te olvides del tipo ese, no vale la pena.

—Oh, pero que atento —murmuró dejándose llevar—. Pero ¿Sabes? Yo no salgo con extraños.

—¿Pero si sales con hombres que te dejan plantada? Vaya que eres rara —respondió sonriendo.

Ellos continuaron así durante un rato más, fingiendo que eran extraños, que por alguna casualidad se habían encontrado en ese lugar destinado. Les gustaba de ese modo, hacía las cosas mucho más fáciles. Juliana miró a Romero caminar a su lado, estaba sonriendo, siempre sonreía para darle fuerza. Aunque estuviese ansioso, o asustado, trataba de mantenerse derecho, con una postura confiada ante lo que pasara frete a él. Sospechaba que adoptaba ese papel, para no derrumbarse en el camino.

Juliana sabía que el carácter de Romero, a pesar de todo, era mucho más frágil, más dado a la complacencia. Se imaginaba todo lo que podría hacer solo para agradarles a sus familiares y se sintió feliz de que hubiese tomado el coraje para desobedecerles y para enfrentarlos, como planeaban hacerlo en unos días.

Con renovada energía y mejores ánimos, tomó la mano de Romero, la sostuvo con fuerza y sonrió al caminar. Cuando estaban juntos, era como si todas las dudas desaparecieran. Se sentía dispuesta a cuestionar lo que nunca había cuestionado.

Ella dejaba de hablar y pensar en lo que no quería hacer, para concentrarse en aquello que anhelaba.

Ella dejaba de hablar y pensar en lo que no quería hacer, para concentrarse en aquello que anhelaba

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Bueno, esto es todo de las actualizaciones de esta semana ¡Nos leemos pronto! :D

Romeo y Julian (LCDVR #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora