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Julian estaba hecho un manojo de nervios ¿Qué rayos estaba pasando por la mente de Romeo? Decirle que lo quería después de todo lo que pasó en el viaje era la peor cosa que podría haberle dicho, porque lo tentaba a corresponderle.

Se mordió la lengua antes de decir algo de lo que podría arrepentirse en un futuro.

"¿Arrepentirse por qué?"

Se preguntó antes de agradecer a los cielos por la oscuridad que lo rodeaba. Era vergonzoso pensar en la expresión que debía tener en esos momentos.

—Eres un idiota —gruñó molesto antes de girarse y romper el contacto. Romeo alargó las manos jalándole del hombro para encararle una vez más.

—Hablo en serio, de verdad me gustas —Romeo estaba casi sonriendo, un alivio terrible le recorrió de la cabeza a los pies, no se había dado cuenta del peso que estaba cargando hasta que este abandonó su espalda. Por fin lo había dicho, por fin.

—Me da igual —contestó tajante—. ¿Cómo se te ocurre decirme eso ahora? ¡Justo antes de irte a París! ¿Te crees que te voy a esperar toda la vida como en una película de Hollywood? ¡No me tomes por idiota! —exclamó levantándose de la cama y encendiendo la luz. Sin darse cuenta, él también dijo aquello que llevaba atorado en su garganta desde hacía medio viaje. Su mente le dio tantas vueltas al tema que terminó mareado. Cuando la furia explotó dentro de él, no pudo evitar hablar de más.

Romeo le miró sorprendido, su cerebro procesó lentamente lo que Julian acababa de decirle.

¿Que no lo iba a esperar? Romeo abrió los ojos de par en par, preguntándose si no estaba malinterpretando la situación, sin embargo, las palabras de Julian eran demasiado claras para ello. Sin atreverse a sentir una emoción excesiva, se incorporó intentando acercarse a él.

Antes de darse cuenta, ya había hecho la pregunta.

—¿Y si me quedo? —su voz sonó como un murmullo, sus palabras no mostraban rastro de duda, pero si mucho miedo. Nunca había sentido que tuviese la oportunidad de que Julian lo considerara como una opción, incluso en el pasado, ellos dos siempre fueron amigos y nada más, por lo que aquella luz de esperanza lo empujó a precipitarse.

Sin embargo, se sintió aún más aterrorizado porque supo que había una convicción implícita en lo que dijo. Su mente, que desde hacía meses ya estaba en Paris, había regresado de un tirón hasta caer de bruces en Villa Rueda.

—¿Cómo dices? —preguntó, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda. Su corazón saltó, tenía muchas ganas de escuchar aquellas palabras y al mismo tiempo, deseaba con todas sus fuerzas que Romeo no la hubiese dicho.

Abrió la boca, pero sólo dejó escapar el aire en sus pulmones. Se sentía muy débil, no era una debilidad física, pero de todas formas necesitaba sentarse.

Romeo y Julian (LCDVR #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora