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Julian se sentó al lado de su padre, intentando parecer tranquilo

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Julian se sentó al lado de su padre, intentando parecer tranquilo.

La visión para los extraños era desconcertante, como ver el pasado y el futuro en un mismo cuadro. Julian tenía la cabeza gacha, se sentía como una piedra en medio del mar, siendo continuamente arrastrado por los demás en direcciones extrañas y misteriosas. Su padre suspiró.

—Quiero que seas sincero conmigo. —Le dijo—. ¿Qué tan serios son tus sentimientos hacia ese chico? —José no tenía ganas de perder a sus dos hijos el mismo día, pero al mirar el rostro de Julian se dio cuenta que no había mucho que pudiera hacer al respecto.

—Creo...—dijo enterrando la mirada en sus manos, que jugaban nerviosas con la tela de su pantalón, quitando pelusas inexistentes—. Creo que realmente me gusta —murmuró. Sin embargo, aunque las palabras se hubiese materializado, no conseguía espantar la inquietud que estaba sintiendo.

Su padre suspiró, sentía que el karma lo estaba golpeando con fuerza por todas las peleas y los insultos que intercambió con los Cortez. El destino estaba tan molesto con él, que entregó a sus hijos en bandeja de plata. Si Lilia hubiese escuchado sus pensamientos se habría reído de él y lo habría llamado egocéntrico, pero ya que la idea estaba plantada, no podía sacarla de su cabeza.

Un pensamiento aterrador cruzó su mente, obligándose a tomar a Julian de los hombros en un arrebato de frustración.

—¿Y Marina? —dijo asustado. Julian le miró sin comprender.

—¿De qué hablas papá? —preguntó frunciendo el ceño.

—Dime que Marina no está saliendo con ningún Cortez —espetó, frunciendo el ceño. Julian le miró conteniendo las ganas de darle un empujón y tirarlo de la banca, pero se contuvo.

—¡Por supuesto que no! —gritó indignado—. Ella ni siquiera pasa tiempo en el pueblo, si tiene un novio, no es Cortez.

Su padre dejó caer la cabeza, frustrado, mientras se anotaba la idea de entrenar a Zeppelin para que atacara a todos los chicos que intentaran acercarse a su niña más pequeña. El problema hasta ese momento era que Zeppelin no había demostrado ser el perro más inteligente del mundo, quizás tendría que conseguir uno nuevo.

Luego sus pensamientos volvieron al problema inmediato, su hijo que decía estar enamorado de un chico que se marcharía pronto a un país lejano.

—Mierda —murmuró recordando la imagen de Diana, la madre de Romeo, cuyo destino en Francia se había detenido cuando quedó embarazada de su hijo mayor.

Diana parecía muy ansiosa porque Romeo se fuera. El viaje planeado en su juventud era algo que la había frustrado en su momento, aunque ella solamente deseaba la experiencia y nada más, sin embargo, eso le permitía entender lo suficiente a Romeo para saber que quedarse por una relación no era lo correcto.

Romeo y Julian (LCDVR #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora