5. El niño en el pozo

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El desayuno pasó sin más intervenciones de la joven, ni de nadie. Las comidas debían tomarse en un total silencio, parecía que la charla solo quitaba tiempo valioso a las verdaderas obligaciones del día, no debían pasar sentados en una mesa más de quince minutos. Su padre y hermano fueron los primeros en despedirse y la siguiente en desaparecer fue Giorgiana.

Había tomado su bonito diario amarillo y con dibujos de camelias para salir a escribir en la tranquilidad del jardín. La residencia de los Charpentier en París era tan hermosa como el mismo palacio de Versalles, tal vez no con esas magnitudes, pero había sido creada en inspiración de aquel precioso castillo; los Charpentier, sin embargo, eran personas sencillas, nada pretenciosas y a la única que le gustaba un poco más las ostentosidades, sería a Giorgiana, más que nada debido a que le gustaba la ropa.

La joven se dejó caer en el césped del jardín más alejado, donde los árboles de camelias crecían frondosos, era su lugar favorito de toda la casa. Abrió su diario y, con pluma y tintero listos, comenzó a relatar lo que era su vida, sus sueños y futuros viajes.

Solía pasar horas entre su imaginación, yendo de un lugar a otro solo con ayuda de su mente, eso hasta que un grito juvenil se hizo escuchar; no pudo evitar que la tinta manchara casi toda la hoja que había escrito y eso le ocasionó enojo momentáneo, pero otro alarido la hizo ponerse en pie, subir sus faldas hasta las rodillas y dirigirse a la persona que comenzaba a pedir ayuda.

—¡Ayuda por favor! —gritaron nuevamente.

—¡Dios mío! —gritó la joven, acercándose al pozo cercano.

—¡Señorita! ¡Ayuda! —era un niño, logró identificar el timbre de su voz.

Giorgiana no podía ver nada, pero escuchaba el chapotear del agua y era seguro que se había lastimado al caer de esa altura. La joven buscó con la mirada algo con lo que ayudarse, encontrado efectiva la cadena de hierro con la que los sirvientes sacaban el agua; la apartó de aquella palanca y antes de aventarla, dio a viso al niño para que no fuera a golpearlo por accidente.

—¡La tengo! —gritó el pequeño.

En cuanto Giorgiana sintió el jalón, comenzó a tirar; pero resultaba ser más trabajo del que pensó en un inicio. Quizá el niño no fuera muy pesado, pero para sus delegados brazos, la sobrepasaba. La joven estaba haciéndose de toda su fuerza para intentar sacarlo, pero la cadena se le resbalaba de las manos continuamente y provocaba el grito asustado del niño que veía la esperanza de salir.

—¡Lo siento! ¡No te sueltes! —gritaba tan asustada como él.

En uno de los intentos, la joven perdió toda fuerza y se vio jalada por el peso del niño, provocando que casi cayera por el pozo también; para su buena o mala suerte, unas manos fuertes la tomaron por la cintura, deteniendo su inminente caída. Giorgiana volvió la cara con espanto al sentir el toque. Era un hombre y uno bastante apuesto; pero su cara de diversión le hacía querer darle un golpe.

—¿Qué hace? —le gritó la joven—. ¡Suélteme de una vez!

—Como diga —el muchacho levantó sus manos, provocando que el peso la volviera a tirar hacia la rocosa estructura del pozo.

—¡Dios! —se quejó la muchacha.

—¿Se puede saber qué hace? —el muchacho se sentó en el borde del pozo.

—¡Saco a este niño...! ¡En vez de sentarse a ser inútil venga a ayudar! —le insultó.

El hombre dejó salir un suspiro cansado y quitó la cadena de las manos de la mujer, sacando al niño con facilidad.

—Douglas, deberías ser más cuidadoso —le sobó la cabeza con cariño—. Pudiste haber muerto.

—¡Kurt! —lo abrazó— ¡Fue un accidente! ¡Me caí!

Una dama indomable (Saga Los Bermont 5)Where stories live. Discover now