3. Un nuevo camino

28.7K 2.9K 417
                                    

Después del altercado en la fiesta de la señora Ginebart, su madre se había empecinado en llevarla a cada reunión, velada o parque que se le presentara. La idea era presentarle a todo aquel candidato añejado que no le importara adquirir una esposa de edad avanzada. Giorgiana intentaba tomar de la mejor forma todos esos jaleos mientras seguía haciendo prospero su pequeño negocio.

Nunca había pensado en asentare en un lugar, pero estaba considerando que debía hacerlo si quería que sus diseños crecieran y ella llegase a ser alguien por sus propios medios. Deambular por el mundo había sido bueno, debía que sacar provecho de ello, era momento de plasmar su experiencia en sus diseños.

—¿Giorgiana? —la llamaron justo cuando salía de la tienda de la señorita Fanny.

—Madre —formuló una sonrisa— ¿Qué haces por aquí?

—Vine por los bocadillos preferidos de tu padre —su madre parecía nerviosa, miraba alrededor como si algo las fuera a atacar en cualquier momento—. ¿Tú qué haces aquí?

—Oh, nada en particular —mintió, era necesario si quería seguir con vida—, ya sabes, caminar, ver tiendas... cosas normales.

—Claro —entrecerró los ojos—. En ese caso, nos podremos ir juntas a casa.

—En realidad, aún tengo cosas que hacer —se excusó.

—En ese caso te acompaño —sonrió la madre, entregando la bolsita con bocadillos a su dama de compañía.

—Madre... —se quejó la joven.

—Querida, no es bien visto que una señorita como tú camine sola por las calles, como si fueras un alma errante.

—Por favor madre, soy una solterona, ningún hombre se fijaría en mí a estas alturas, menos aún si es temporada de debutantes.

—Giorgiana, por favor —se quejó la madre—, sabes que algunos hombres mayores que tú estarán interesados.

—No me casaré con cadáver madre, dudo siquiera que me case con alguien. Soy feliz, ¿Es tan difícil aceptarlo?

—Sí. Porque el día que yo muera y tu padre también, estarás sola en el mundo —siguió a su hija por las calles adoquinadas—. No dejaré que una hija mía sea desdichada toda su vida.

—Madre, es en serio —se volvió hacia ella—. Basta con el desfile de hombres ancianos para mí, ¡Estoy perfectamente bien!

Giorgiana había girado tan rápidamente que simplemente no notó que alguien venía caminando en dirección opuesta y, sin poderlo evitar, habían chocado, mandado a la joven hacía el suelo adoquinado al tener una constitución más delicada que la del caballero con el que había tropezado.

—¿Se encuentra bien? —preguntó una voz entre divertida y apenada por haberla hecho caer.

Giorgiana salió entre los pliegues del estorboso vestido con crinolina que su madre le había obligado a poner esa mañana. Estaba a punto de replicar, pero la imponente figura frente a ella le selló los labios. El hombre le tendía una mano, tenía una sonrisa preciosa de dientes blancos, sus ojos eran azules, como dos relámpagos al cortar los cielos, su cabello estaba algo despeinado y era de un color rubio oscuro brillaba con el sol.

—Sí —le tomó la mano y se puso en pie—. Gracias.

—Un placer —asintió el hombre, quedando pasmado por unos segundos al ver a la hermosa mujer.

—¡Ey! —gritó un hombre al otro lado de la calle— ¡No tengo todo el día! ¡Venga, vamos!

—Un placer —apretó un poco la mano que Giorgiana había dejado en la del caballero y se marchó hacia el hombre que agitaba la mano con entusiasmo.

Una dama indomable (Saga Los Bermont 5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora