2. Hombres con cerebro de pez

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Giorgiana salía a todas prisas de la tienda de la señorita Fanny. La mujer le había permitido confeccionar el vestido ahí mismo con tal de ser la primera en ver la creación de la joven, lo cual había sido perfecto, su madre la hubiese asesinado si la veía tomar una aguja para algo que no fuera hacer un bordado de flores.

Había dejado la entrega a Celio y Antoine para poderse ir a cambiar a su casa, no estaba vestida para ir a una fiesta tan elegante como en la que se exhibiría su vestido. Tenía la esperanza de llegar a esa casa y que la señora Ginebart estuviera encantada.

Tuvo que ajustarse mejor el sombrero extraño y afelpado y los guantes para combatir con la nieve y el viento congelado que le quitaba el aliento cuando corrió como desquiciada hacía un pub donde los hombres le gritaban y chiflaban mientras tomaban cerveza.

—¡Nelson! —le tocó el hombro al joven mozo que reaccionó estupefacto al verla ahí.

—¡Lady Giorgiana! —se inclinó ante ella.

—Tranquilo chico —sonrió la mujer—, tienes que llevarme a casa cuanto antes, ¡Se me ha hecho terriblemente tarde!

—Por supuesto, señorita —el hombre la escoltó lejos de toda esa bola de ebrios, sorprendiéndose de que la mujer se sorprendiera poco por tal recibimiento, parecía acostumbrada a lidiar con ello.

Giorgiana prácticamente dio un brinco fuera de la carroza y saludó rápidamente al mayordomo que le abría la puerta con una mirada divertida.

—Llegas tarde —dijo William cuando ella ya subía las escaleras a todas prisas, levantando su vestido desvergonzadamente.

—¡Lo sé! ¡No me presiones!

—Solo te lo estoy diciendo —se inclinó de hombros y fue a sentarse mientras esperaba a su hermana.

Giorgiana parecía un torbellino entre su ropa, aventaba cosas por doquier y no encontraba lo que estaba buscando. ¿Por qué era tan difícil ser una persona ordenada? Después de quince minutos y con ayuda de una doncella que su hermano sabiamente le había mandado, se encontraba lista, tan lista como una mujer podía estarlo con quince minutos; la pobre doncella seguía intentando acomodarle unos risos y colocarle los guantes de seda mientras bajaban las escaleras.

Su hermano la esperaba pacientemente en el vestíbulo. Estaba sentado en una de las sillas del vestíbulo mientras leía un libro y fumaba un cigarro con tranquilidad.

—Sigues teniendo ese mal hábito —se quejó Giorgiana, tomando el cigarrillo en sus manos y apagándole en el cenicero que descansaba en la mesita de junto.

—Solo cuando me hacen esperar —la miró con una ceja levantada—. ¿Tú con qué derecho me reclamas? Sí tú también lo haces.

—En reuniones con amigos, no en casa leyendo un libro.

—Pero lo haces, así que no tienes palabras para decirme nada.

Después de un tortuoso camino, en donde Giorgiana no se pudo estar en paz, llegaron a casa de la señora Ginebart, la cual seguía en un silencio sepulcral, la fiesta comenzaría en menos de media hora. Daba gracias a Dios que a William le importara poco llegar antes con tal de complacerla, seguro se iría a meter a la biblioteca hasta que su presencia fuera requerida.

—¡Llegué! —abrió la puerta de las habitaciones de la dueña sin permitirle al mayordomo hacer su trabajo.

—¡Oh, querida Gigi! —sonrió Celio con nerviosismo—. Qué bueno que llegas, tenemos un problema.

—¿Problema? —frunció el ceño— ¿Qué problema?

—Esto es verde, señorita Charpentier —dijo enojada.

Una dama indomable (Saga Los Bermont 5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora