Chapitre 1.

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-¡Mamá! Ya no hay más leña ¿cómo voy a cocinar? ¿Cómo encenderemos la fogata? ¡Está helando!

-Gerard, guarda silencio.-Le susurró su hermano, Vladimir.

-Vlad, tú no entiendes ¡Necesitamos leña! ¿Mamá, me estás escuchando?

-¡SÍ, Gerard! ¡Cállate! Por amor a Dios, cállate. Esperaremos a que Michael regrese y él irá por leña ¿entiendes? Pero cállate, no podemos hacer nada más que esperar.-Gritó cansada su madre.

Su madre tenía por nombre Margaret, era una mujer preciosa pero carcomida por los años, tan cansada de tener que hacerse cargo, ella sola, de tres hijos varones.

Tres varones, nunca llegó una mujer. Nunca una niña con el color de sus ojos y largas pestañas, nunca una niña a quién peinar con bonitos listones.

Tres varones.

-Yo... yo podría ir a buscar leña y de paso comprar aceite y comino ¡quizá incluso algo de pimienta! Y...

-Cállate, Gerard.-Le interrumpió Margaret.

-Y, y podría hacer la sopa que le gustaba a papá

-¡Que te calles! ¡No puedes salir y lo sabes!

Gerard comenzó a llorar en silencio y después de pedir permiso de retirarse, se fue a la habitación que compartía con sus dos hermanos.

Nunca, jamás iba a entender por qué Michael sí podía ir afuera mientras su madre, Vladimir y él permanecían encerrados en la pequeña casa que en un tiempo perteneció a sus abuelos.

Vladimir había podido escapar por algunas horas de la casa, al menos en tres ocasiones y siempre traía consigo regalos para Gerard porque era su deber consentir al hermano menor. Gerard guardaba sus regalos con infinito cariño en un pequeño baúl; tenía un libro de cuentos de hadas, un par de guantes de seda y una pequeña postal con una foto de la torre Eiffel.

Gerard no sabía dónde estaba la torre Eiffel pero Vladimir le había dicho que una vez escuchó que la torre estaba en Francia.

Y Gerard no sabía qué era Francia pero se convirtió en su palabra preferida desde que escuchó a Vladimir decirla.

-Francia, Francia, Francia.-Repetía Gerard en susurros.

No sabía qué era Francia pero sabía que estaba afuera, quizá Francia era el centro de St. Mort, quizá la torre Eiffel estaba a un lado de su casa pero nunca lo sabría. Gerard no tenía permiso de ver por las ventanas.

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Cerca de la medianoche Michael aún no había vuelto a casa.

Gerard temblaba de frío a pesar de estar arropado con un grueso cobertor de lana.

Viendo a Gerard temblar, Vladimir le rogó a su madre que le dejara ir a conseguir leña pero Margaret no entendía razones y mandó a ambos a dormir.

A dormir aunque el frío les perforaba los huesos y el hambre les hiciera doler la cabeza. No habían comido en todo el día porque esperaban a Michael desde la mañana.

Era bastante obvio que Michael no volvería a casa. Todos, en silencio y calma, habían estado esperando el día en que Michael decidiera irse.

Desde unos meses atrás, Margaret sabía que el mayor de sus hijos se había unido a una de las pandillas más temidas de St. Mort; les llamaban "cinq rues" pero en realidad nadie sabía con certeza el nombre de la pandilla que sin compasión incendiaba casas y negocios sólo por diversión y mataban a todo el que mostrara la más mínima resistencia. Siempre dejando atrás, escrito con pintura roja, el nombre de las cinco calles principales de St. Mort; a veces lo escribían en las pocas estructuras que seguían de pie, a veces en los cuerpos mismos.

St. Mort [frerard, ryden]Onde histórias criam vida. Descubra agora