1 Ángel

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ÁNGEL

Estaba otra vez esa sensación, la misma que me embargaba cada vez que hablaba con él. No sabía si era su tono ronco y suave que parecía seducir con la más simple de las frases, o tal vez la forma en que hacía que mi cuerpo se incendiara haciéndome desear cosas pecaminosas.

Cosas... como su cuerpo desnudo, el tono bronceado de su piel contrastando con la seda blanca que cubre el colchón en su habitación, sus labios carnosos susurrando indecencias en mi oído y sus dedos gruesos acariciando cada centímetro de mi piel.

Dios, tenía que parar.

—Nena, ¿me estás escuchando? —La pregunta venía con un deje de enojo, sonreí antes de contestar.

—Lo siento, pero no.

—Descarada. —Esta vez reí en voz alta—. Te decía que hoy no podemos vernos. —Mi sonrisa desapareció, haciendo que mis labios finos se fruncieran.

—Dijiste que... —Traté de protestar, pero su voz retumbó por encima de la mía.

—Ya sé lo que dije, pero no puedo.

—¿Por qué? —Mi voz se redujo a un hilito, del otro lado del teléfono se escuchó un suspiro, me hizo sentir pesada.

—Tengo cosas que hacer. —Simple y sin ahondar demasiado, como siempre—. Debo irme, te llamo cuando termine.

Colgó sin esperar respuesta, me sorprendía por qué después de todo esperaba algún cambio. Él era así, y al parecer, ni siquiera sus sentimientos por mí lo cambiarían.

Dejándome caer en el sofá del salón y agradeciendo estar sola en casa, me dejé llevar por los recuerdos de aquellas primeras conversaciones, la renuencia a dejarme entrar a su vida, esa necesidad que me invadía por querer ser parte de él, pero eso no podía ser porque él le pertenecía a ella y a pesar de estar también en una relación, sabía sin duda que yo era suya.

Éramos amigos... No sé cómo o en qué momento, pero, a medida que nos fuimos tratando algo cambió y esa curiosidad que tenía por conocerlo, de saber quién era Ángel, se convirtió en una necesidad.

Necesidad... Esa palabra, su significado... Lo comprendía y al mismo tiempo me enojaba.

¿Por qué sentía que de algún modo dependía de él?

Frustrada, me levanté y actué sin pensar. Tomé una larga ducha, hice a mi pelo oscuro presentable, me vestí y salí. No fue hasta que estuve a diez minutos de mi casa que me detuve, en pleno sol de la tarde. ¿Qué en el infierno pensaba que hacía?

No es como si fuera a aparecer en su vivienda sin avisar antes, o peor, en su trabajo. Bajé la mirada y analicé mis ropas, no podía andar por ahí así. Mis ballerinas negras eran cómodas pero nada aptas para una oficina, por no hablar de mis Daisy Dukes en jean azul claro y la camiseta sin mangas de rayas azul marino y blancas.

Su casa entonces. ¿Qué le diría una vez allí?

No estaba totalmente segura de cuál era su hogar, o si estaría contento de verme. Volver a mi apartamento sería lo más sensato pero esa llamada me dejó preocupada. Desde hacía semanas que planeábamos la salida para conocernos en persona porque un par de fotos borrosas no eran suficientes, no lo tomaba por irresponsable pero que cancelara de pronto era muy extraño.

Seguí caminando, tomé el autobús y todo el tiempo pensé en qué le diría. Quizás solo debería arrojarme a sus brazos y besarlo... o quizás no.

Cuando llegué a su calle, me sudaban las manos, caminaba más despacio, el cielo empezaba a oscurecerse y me arrepentía de venir. Estaba a unos cincuenta metros cuando le vi entrando a su casa... Era él, de eso estaba segura, reconocería ese cuerpo en cualquier parte.

Taboo WishesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora