Día Treinta y siete
La urgencia de aliviar mi dolor está creciendo cada vez más y más. El involuntario deseo en mi mano de golpear algo hecho de vidrio es casi constante ya.
Es imposible caer en la tentación, cuando tienes a tres pares de ojos observándote todo el tiempo. Los chicos no han dejado mi apartamento desde hace dos días, y estoy empezando a sentir que jamás se irán.