22. ¿Mi dulce chico?

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Abril veintiséis: Aceptación.

Hoy no quiero hacerme la fuerte, hoy quiero llorar hasta sentir que no me quedan lágrimas, disfrutar de esta cita pesimista conmigo, con la mujer que apenas reconozco e intentado evitar pastillas tras pastillas.

Haciendo mi maleta sin prácticamente doblar ninguna prenda, dejo las lágrimas rodar por mis mejillas libremente, recordando las palabras de mamá en mis sueños.

"—Tienes que seguir con tu vida, hija —dijo la voz dulce de mi madre. Negué.

—¿Cómo continuar? Ya no te tengo y tú eras mi vida —insistí.

—Pero te tienes a ti, mi amor, y esa es una razón suficiente para seguir adelante —ella habló rodeándome con sus brazos, cerré los ojos disfrutando, se sentía tan real"

Ya no quiero ver el tren pasar y quedarme sola en el andén. Aunque la decisión de volver a la ciudad y a casa me asusta, necesito hacerlo.

Como cada día, temo enfrentarme a esta nueva vida, una en la que ya no está mi madre y tampoco Mark o Amy... He intentado retrasar mi regreso, pero el momento ha llegado.

—Rach, el taxi está aquí —mi abuela informa entrando a la habitación. Ella luce animada y eso me hace feliz—. Es hora.

Menciona representando tantos significados en aquellas dos ultimas palabras. No duda en acercarse y sentarse a mi lado para abrazarme.

—Estoy bien —asiento con mi cabeza repetidas veces—. Solo... Tengo miedo, nana. Miedo de regresar a casa y no ser capaz de acostumbrarme a no verla ahí, donde siempre estuvimos la una para la otra. De estar en una ciudad donde creí tenerlo todo y ahora parece que no me queda nada.

—Mi niña... Tienes a Mark, a Amy, a mí, incluso al gemelo del que estas semanas me has estado hablando —ella musita una risa, esforzándose por recordar su nombre—. Steven... Si tuviese unos cuántos años menos, se lo quitaría a Amy.

Bromea ella, sonrío incapaz de imaginar la escena.

—Gracias, nana —sollozo estrechándola en mis brazos—. Por estar junto a mí.

—De nada, cielo —levantándose de la cama, ella me ayuda a cerrar mi maleta y juntas salimos de la habitación.

El taxista que nos espera afuera de la casa, nos ayuda con el equipaje y le agradezco, sigo sintiéndome débil, los pocos minutos que he dormido durante este último mes me pasan factura cada día. Pero sigo intentándolo, aunque dormir sin tomar medicación ha sido imposible.

A unas cuadras, puedo observar el camino que dirige al cementerio del pueblo, suspiro pensando en lo doloroso que es tener que despedirme nuevamente de ella.

—Siempre la llevaremos en nuestros corazones —menciona mi abuela al salir de casa y seguir la dirección de mi mirada—. A donde quiera que vayamos.

Ella solloza y la abrazo. No paro de preguntarme si algún día dejará de doler.
Reprimiendo mis ganas por renunciar a todo los planes y quedarme, decido entrar al coche en compañía de mi abuela. Cuando el taxista se pone en marcha y avanzamos por la calle del cementerio una nueva lágrima recorre mi mejilla.

«Querida extraña, perdóname, perdóname si alguna vez hice algo que no te gustara, si actué de manera incorrecta. Siento no haber entendido tu muerte y por no ser fuerte como tú lo eras. Te amo —el nudo de mi garganta hace que mi corazón duela mucho más—. Karla Lombardo, gracias por ser la mejor madre, gracias por esto. Porque incluso en tu ausencia estoy sintiendo tu apoyo, no entiendo cómo es posible que aquella lectura de testamento lleve escrita el apellido del hombre que amo, pero este es tu llamado de atención para mí, lo sé" Medito en mi mente, mientras poco a poco nos alejamos del lugar, en mi pecho se forma una herida incurable que sangra cada segundo con más intensidad.

¿En clases no? - YA EN FÍSICO Where stories live. Discover now