Un momento de desobediencia

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Perdí el apetito ante el injusto ataque de sus palabras, un inocente comentario sin segundas ni veladas intenciones, provocó una inesperada, violenta y mordaz respuesta, que anuló cualquier atrevimiento, quebró mis energías y me regresó a la esquina del silencio, a ese rincón encubierto que tengo destinado desde hace rato, y que no debí en ningún momento abandonar, me había jurado permanecer amordazado, pero confundí equivocadamente las formalidades y convencionalismos del momento y recibí a cambio el latigazo del desprecio, una sacudida de ofensas humillantes que decididamente no merezco.

Sus frases cargadas de resentimiento retumbaron en mis sienes, que transformadas por la incómoda situación en caja de resonancia, amplificaron la repugnancia que nunca imaginé generar en ella, la burla cumplió ferozmente el propósito de romper mi voluntad.

Vivimos en esquinas contrarias, yo estoy en contra de la Dictadura y ella deslumbrada con el poder de un cargo en el gobierno.

En un principio equivoqué la situación, o me negué a aceptarla y pensé que su respuesta a mi tontería era un galimatías, esas insensatas oraciones sin sentido provocaron una sonrisa, una estúpida sonrisa, que se congeló luego en mi rostro, y que de ese episodio, de ese rechazo desconsiderado, incongruente, es lo que más lamento, lo que mantiene esta herida abierta.

Finalmente descubro en el tono y en los gestos utilizados, que la intención del maltrato es aniquilarme, destruirme, anularme. Copia exactamente la conducta del régimen en contra de quien se le opone. Entre las cuerdas vocales y la lengua se enredan las palabras torpes de rencor, el resentimiento que ella destila, deja con toda la intención la puerta abierta a la antipática hostilidad sin freno.

No oigo su voz, ni el argumento de su reclamo, tampoco su queja, intento salvarme y me escudo en el lejano sonido de los arpegios lejanos de una guitarra.

Desatada e incontrolable su furia se desbordó. Las maneras y el volumen de la voz subido de tono, abrió el cauce del desprecio, ese oscuro sentimiento capaz de albergar enemigos temibles y desconocidos.

Todos mis esfuerzos incondicionales me condujeron a este instante agrio, a este bocado de hiel, que me produce un profundo desencanto.

En un gesto desesperado recompongo mis huesos, intento ordenar un razonamiento que me permita levantarme y avanzar, mudo de asombro, incapaz de articular palabra, estupefacto, juego con las llaves, me entretengo unos segundos con el llavero, sopeso mi propio infortunio, el futuro sin ella. Sin ningún remordimiento decido abandonar las llaves sobre la mesa y cierro la puerta.

No hay tiempo para la reflexión, en la calle me traga una manifestación, que avanza incontenible en contra de la pronunciada escasez de alimentos y de libertades, mi voz se levanta, recupero mi aliento y mi dignidad, camino con desconocidos contra las innumerables formas de agresión, la tuya inclusive, contra la injusticia, sobre todo la tuya, contra la tiranía, tu tiranía.

Se oyen las bandas de motorizados acercándose, nos compactamos y seguimos avanzando, se oyen los disparos y levantamos con más fuerza la bandera nacional y entonamos con más bríos nuestro himno, como un escudo contra las balas, que impregnadas de odio nos buscan.

"Gloria al bravo pueblo..."

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