Un 23 de enero posible

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He transitado con incertidumbre por espirales sin fortuna, he caminado hasta quedar exhausto entre asfixiantes círculos cerrados, que me condujeron por caminos equivocados y en donde nunca me detuve ante un paisaje. Mis pobres y efímeros triunfos se convirtieron en retos y estos en fracasos.

Empujado siempre por las circunstancias, sin método alguno seguí adelante. Detrás de cada uno de los errores cometidos las cuerdas de una guitarra me asomaron a impensados cataclismos, finalmente llegué a esta esquina oscura que me ha esperado con la paciencia de la piedra, para obligarme a cumplir el capricho de un destino marcado de antemano.

La aventura que mi propia cobardía me impidió, las situaciones que nunca se presentaron, los eventos y sucesos que esperé enfrentar se escabulleron por las grietas de sueños inconclusos, pero las vivo intensamente en las páginas de los libros, en esos títulos que leo hasta gastarme la luz de los ojos.

Detrás de las líneas de esas historias, puedo perfectamente convertirme en un héroe y encarnar su personalidad, su distinguida presencia, sus modales elegantes y cautivadores, su cortesía y educación sofisticadas. Vivir la intensa emoción de enfrentar constantemente el riesgo y no ser presa del miedo. Cada oración, pasaje, o frase leída me transporta a una ficción posible en donde me convierto en un héroe desconocido.

Copio actitudes y conductas en defensa de principios fundamentales, que alguna vez sentí podía encarar, pero mis lamentables y tediosos días me negaron constantemente esa opción.

Un detalle insignificante entre las líneas de algunas lecturas me identifica con un personaje secundario, gris, y entonces me transformo y complemento ese papel. Por discutido que parezca, cuando la lectura me asfixia de impotencia ante poderes omnipresentes, soy sin ningún remilgo el peor de los miserables en busca de justicia.

En los libros encuentro un mundo, más allá de estas cuatro paredes en donde permanezco encerrado, pero mi pensamiento vuela y cruza las fronteras y descubro otras ciudades, pueblos distintos y costumbres diferentes y vivo intensamente el mundo que otros imaginan.

Con setenta años cumplidos dejo mis queridos libros, salgo a la calle por meros asuntos domésticos, a comprar alimentos, alguna medicina, y con sorpresa me encuentro con numerosos ciudadanos que han colmado la mañana.

Oigo sin interesarme sus conversaciones y me entero que somos cientos de miles en la calle, que el país está en Resistencia y que hoy caminamos con decisión a exigir la celebración de elecciones. Me dejo ir en esta marea y una voz se levanta por encima del murmullo general:

¡Han cerrado las puertas del metro para impedirnos llegar!

¡A caminar se ha dicho!

¡No nos detendrán!

Me siento extraño y ajeno en esta multitud, sigo caminando al ritmo que marca la marcha, un pequeño grupo de militares está apostado al frente y se oye un grito, una consigna:

¡Faltan alimentos, medicinas y nos asesinan!

¡Sobran los militares!

Una muchacha de cabello corto toma fotografías de los uniformados y uno de ellos rompe la formación y la golpea, se oyen disparos y hay una estampida.

Me siento personaje de ficción y me desconozco detrás de mi propio grito:

¡No nos detendrán!

Sigo gritando y avanzo sin medir los pasos:

¡No nos detendrán!

Camino a encarar al militar que aun sujeta y golpea a la muchacha, vuelan piedras, se multiplican las consignas, un grupo compacto de hombres y mujeres enfurecidos regresa en tropel, se impone la fuerza de la mayoría que ha perdido el miedo. La muchacha y su cámara y el registro de imágenes son rescatados, se repiten los disparos pero las armas son inútiles, algunos militares enredados en sus trajes, en sus grandes escudos, tropiezan con su propia cobardía y caen para no volver a levantarse.

ResistenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora