Ruptura

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Mido la ruta recorrida en aciertos y fracasos, en triunfos y derrotas el camino hacia esa meta diseñada de antemano por una mano ajena, con más incógnitas que certezas doy cada paso.

En una encrucijada equivoqué el sendero, un conflicto que no eludí, que no escurrí, que no evité, se convirtió en un punto inflexible y contra toda lógica quebré, rompí, acabé con el lazo de una amistad que me había hermanado con Orlando Payares y hoy debo recorrer un penoso regreso, desdoblar mis pasos, devolverme descosiendo miedos, en un intento por enmendar errores, si eso es posible, y en contra del tiempo regresar a esa encrucijada y retomar mi vida, estrechando, amarrando a mi costado a un hermano, a un amigo, que abandoné hace 12 años.

Comprometidos con una unión fraterna nuestras diferencias nos enriquecen, nos permiten reconocernos en el otro, aceptarnos, y en incontables oportunidades sin temores, ni resquemores constatar estar equivocados.

La dinámica de los pueblos llevó a un militar a gobernar el país, inmediatamente tomé partido, Orlando no se dejó cautivar por el discurso y en muy poco tiempo un viento contaminado de odio, resentimiento y vulgaridad sopló desde la investidura más alta y dominó las calles.

Conversamos sobre acontecimientos inaceptables, según Orlando, él demostraba sus puntos de vista con argumentos serios, con cifras, datos y yo repetía el discurso oficial sin digerirlo. Arrinconado ante la verdad, arremetí con violencia y a empellones saqué a Orlando de mi casa.

Desde hace doce años no lo trato, ayer lo vi en uno de los muchos vídeos que circulan por la Web, una equivocación, un error de envío, una tecla equivocada por los apuros, la angustia, la impotencia de un momento complicado, o quizás la obra de los imponderables que obligó esta recepción inoportuna en mi teléfono, generalmente los borro sin verlos, no me interesa saber que hacen en la calle opositores a nuestra revolución, los enemigos, los contrarrevolucionarios, desestabilizando al gobierno, quebrantando las leyes, pero justo antes de borrarlo indignado, reconocí a Orlando, mi antiguo compañero inseparable.

Caminaba ondeando una bandera de siete estrellas, una provocación contra la bandera oficial y la policía lo golpeaba con la culata de los fusiles, en el suelo le dieron patadas indiscriminadamente, intentaron quitarle la bandera y se arropó con ella, lo arrastraron y no la soltó a pesar de los golpes. La sangre tiñó de rojo la franja amarilla y la franja azul y las estrellas de la bandera. Lo dejaron inerme en el asfalto y continuaron su labor inclemente contra otros manifestantes, movidos por el odio y la impunidad.

Temblando de miedo o de emoción, pero con absoluta seguridad llego a la casa de Orlando, me abre la puerta su esposa y sin saber que decir mantiene silencio, sujeta con fuerza la puerta a medio abrir, su asombro se dibuja en el rostro.

¿Cómo está Orlando? Pregunto sin saludar, con el viejo tono fraterno que me conoció.

Muy golpeado, le reventaron los riñones, le fracturaron un brazo, tiene moretones en todo el cuerpo, el rostro da pena y le tumbaron unos dientes.

Necesito hablarle por favor.

Me mira fijamente en busca de una respuesta que le permita saber si soy de confianza y algo encuentra, pero me advierte con severidad. No está en condiciones para discusiones, necesita descansar y sobre todo el aliento de amigos verdaderos.

Entro a la habitación a oscuras y digo con el mismo tono fraterno de doce años atrás:

¡Mi hermano querido!

Soy Leonardo, vengo a buscar la bandera, déjame por favor que la lleve a las marchas, a las concentraciones, a las manifestaciones, cuando te recuperes la devuelvo y si quieres vamos juntos a las calles y levantamos nuestras voces hasta que sea necesario, igual que antes. Siempre tuviste la razón y yo no quise oírte, perdóname.

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