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—¡¡¿Qué hiciste qué?!!

—¡Que bajes la voz! —Exclaman mis pobres nervios—. Sabes que mi madre está en la primera planta y si te oye, se preocupará.

—Pues debería, con una hija como tú... —Me escruta con burla—. ¡Pobre de tu santa madre!

Dylan, como siempre exagerándolo todo.

Suprimo mis ganas de blanquear los ojos.

—¡Aaash!, ¿por quién me tomas?, que haya hecho algo incorrecto por una vez en mi vida no me convierte en una malandrina. Además, algo como ''aquello'' no volverá a repetirse, eso te lo aseguro.

—No lo digas así, ex santa patrona de los vírgenes, que tampoco es como si hubieses matado a alguien —comenta con sorna.

—No, pero Alan y yo...

—Aún no son nada. —Interrumpe, de pronto, dotado de seriedad—. Mira, sí, tal vez mi reacción no fue la más acertada, pero es que, entiéndeme nena, esta noticia me atrapó por sorpresa, es más... ¡aún no me lo creo! —Estrecha sus palmas en un claro gesto de satisfacción, trasformando su mesura en dicha—. Y me molesta darme cuenta de que, mientras yo siento que podría explotar de la emoción, tú luces como una mala imitación del Grinch, siendo que, en realidad, no hiciste nada malo.

—¿Nada malo? ¿Haber pasado una noche con un hombre que no era Alan no es nada malo?

Se encoge de hombros con desgana. —Mmmh... ¿No? —Se yergue—. Por lo menos para mí no lo es.

—Oh, claro que sí lo es, Dylan, el haberme involucrado con otro fue el peor error que pude cometer.

—Un error que te quedó gustando, admítelo —insinúa con picardía—. Admite que volverías a cometerlo.

Mis cuerdas vocales no entonan palabras tras sus dichos; mi silencio, en cambio, es el que le otorga una falsa respuesta lo que lo deja con un claro gesto de complacencia. Cree tener la razón.

Lo cierto es que no puedo dejar de pensar en aquella noche. Por más que he tratado de abstraer a mi mente saliendo en compañía de Alan o de mis amigos, por más que he intentado distraerme con cualquier pasatiempo me es imposible borrar de mis recuerdos ese suceso y es obvio el porqué de mi incapacidad para hacerlo. Dos son los motivos: Primero, concedí lo que algunasmujeres, hoy en día, seguimos considerando importante; aunque sé muy bien quetal vez no sería algo del todo malo si no fuera que le entregue aquello aún apreciado a un completo extraño. 

Segundo, engañé a Alan.

Y por ello es que la culpa me carcome con fiereza el alma. El recuerdo viene a mi mente en forma de pesadillas durante las noches lo cual me ha arrebatado el sueño frecuentemente, llenándome de desagradables y nada seductoras ojeras. Y las merezco, al igual que soy digna del agobio y el yerro que se disipa dentro de mí formado una presión dolorosa en mi pecho, extendiendo la angustia por mi manchado cuerpo cada vez que Alan está cerca de mí, cuando me abraza, cuando me acaricia o intenta besarme. Y es que, ese momento de falta de cordura, cual sombra oscurece nuestros bellos instantes juntos, tanto así que no correspondí a su insinuación; aquel día por la tarde en que pasábamos despreocupados por las afueras de un motel, y él, con un singular brillo pretencioso colmando la hermosura de sus ojos, se atrevió a preguntar si nos aventurábamos al interior de ese sitio. Y no pude, me excusé con argumentos vanos para no enfrentar a lo que de por sí debía haberme hecho la idea puesto que por eso falté a su confianza, para estar preparada para él, para no decepcionarlo, aunque suene tan estúpido que ni yo misma puedo entender el impulso que me dominó y me dio la valentía para hacerlo. Finalmente, él con la frustración tallada en sus facciones, se dio por vencido y respetó mi decisión.

El llanto de una Azucena© | Actualizaciones lentasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora