Cap 11

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El sol apenas podía colar algunos sus rayos entre las montañas, dando en el cielo el soberbio espectáculo de la lucha entre el día y la noche, cuando un hombre dispuesto al cuidado de la casa despertó a Syaoran. La razón de interrumpirle el descanso se debía a que se había producido un caos entre los prisioneros. Los soldados habían controlado a los hombres pero estaba claro que no moverían una sola piedra hasta que se les cumpliera una petición. Deseaban hablar con el señor de la casa.

Syaoran escuchó inalterable el mensaje de Yukito y despidió a su sirviente. Si la revuelta había sido controlada y los hombres sometidos, no necesitaba bajar de prisa al patio. Sin embargo, tampoco podía demorarse. Suspiró con un dejo de fastidio, y volvió los ojos hacia su compañera de cama. El alba difundía apenas una luz penumbrosa en la habitación, luz que delineaba las suaves y delicadas curvas del cuerpo femenino. Aún con la habitación un tanto oscura, él podía ver claramente a Sakura desde el lugar que ocupaba. Lentamente fue caminando hacia el lecho y sentado junto a ella, se permitió contemplar a la mujer.

Ella continuaba durmiendo, ajena e imperturbable a las voces provenientes del patio. No era algo que le sorprendiese a Syaoran. Había mantenido despierta a Sakura la mayor parte de la noche, o era lo correcto afirmar que ella lo había mantenido despierto con su sola presencia. Sucedía simple y llanamente que él no podía dejarla. Sonrió al recordar, un tanto sorprendido de que él mismo no se sintiera agotado esa mañana.

Sakura yacía acurrucada, sobre un costado, las manos entre las piernas como si hiciera frío, una costumbre que sin duda había adquirido a causa de los fríos inviernos a los cuales estaba habituada. Sus largos cabellos castaños estaban sueltos y en un delicioso desorden, a Syaoran le pareció que éstos se extendían sobre su cabeza como un estanque dorado. La delgada sábana que los había cubierto cuando al fin decidieron dormir le cubría sólo las caderas, y dejaba el busto expuesto a la mirada de Syaoran.

El hombre sintió una excitación peculiar porque podía mirarla de este modo sin que ella lo supiera. Era la primera mujer que compartía su cama una noche entera, la primera a quien observaba mientras dormía. Las siervas a quienes favorecía eran poseídas en el lugar mismo en que las encontraba. Las pocas a quienes había traído a su cama se retiraban apenas concluía el encuentro. El propio Syaoran se retiraba al instante del lecho de Tomoyo, pues no deseaba pasar la noche entera en su cama. Lo mismo sucedía con las damas de la corte a quienes había conocido íntimamente.

¿Por qué no se oponía a compartir su lecho con esa mujer vikinga para hacer algo más que el amor¿Oponerse? Imposible, inconcebible. No, le agradaba que esa mujer durmiera junto a él, con él. Pero ¿por qué ella? Sin duda aún despreciaba a esa mujer por lo que era.

¿O no?

Claro! Ella y su gente la habían infligido el peor de los males concebibles. Era una mujer, pero aun así había sido educada en las mismas creencias que los hombres que habían desembarcado en esas tierras para robar y matar a su pueblo, obviamente a él mismo! Ella era una vikinga, una pagana, una abominación para los cristianos temerosos de Dios.

Y si aún... no la despreciaba, llegaría a eso. También hubiera debido resistir con más éxito la atracción que sentía. Se sentía disgustado consigo mismo por esta debilidad que ella había revelado en él mismo, y sobre todo porque había demostrado que su voluntad era más fuerte que la de Syaoran. Ella aún lo deseaba. Lo sucedido durante la víspera en esa habitación lo demostraba. Sin embargo, se le había negado la semana entera, y habría continuado haciéndolo si él no la hubiera obligado a someterse.

Syaoran emitió con la lengua un chasquido de repulsión. De nada le serviría torturarse. El daño estaba hecho, y él no estaba dispuesto a olvidar el asunto. Entregarse una vez al deseo que sentía de ella no había sido suficiente. Aún la necesitaba! Y resistirse a ella habría sido cortarse la mano después de amputar los dedos; provocaría más sufrimiento sin razones valederas. Incluso en ese momento la deseaba. La única razón por la cual no la despertaba era la conciencia de que la tendría más tarde.

corazon salvajeWhere stories live. Discover now