Cap 7

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Desde el lugar que ocupaba al fondo del salón, en el sector dedicado a la cocina, a través de las puertas abiertas Sakura podía ver los cuatro carros grandes que salían del patio. Dos de los carros llevaban a los prisioneros, otro a los guardias, y el último estaba vacío. Los cuatro carros traerían cargas de grandes piedras, extraídas de las viejas ruinas cercanas. De no haber sido por el destino que había inducido al señor sajón a creer que ella era el líder, Sakura hubiera estado aún con sus hombres.

Y ése podía ser el día elegido para la fuga. Había sólo nueve guardias para dieciséis hombres. Podía suceder algo, quizás el golpe de suerte que necesitaban, y así lograrían alejarse de allí. Y ella quedaría atrás, para sufrir las consecuencias.

Ella les había dicho que no se preocuparan, que el señor sajón no la mataría. Había dicho que él estaba irritado porque había flagelado a una mujer. Pero¿acaso podía utilizar otros argumentos para inducirlos a pensar ante todo en ellos mismos? Explicar que era igualmente probable que él estuviese enojado porque había hecho el papel de tonto al creer que ella era el feje llevaría a varios de los guerreros vikingos a vacilar ante la perspectiva de dejarla atrás. Y ahora que estaba separada de ellos, no tendrían oportunidad de huir si intentaban liberarla con el fin de que los acompañara. Tenían que marcharse sin ella.

Sakura se compadecía un poco de sí misma mientras observaba las puertas que se cerraban después del paso de los carros. Había pasado una mala noche en un cuartito sórdido sobre un jergón duro. Hubiera debido sentirse complacida, porque la situación había mejorado mucho, si la comparaba con el suelo duro de las noches anteriores; en cambio, se sentía miserable y solitaria. Era mucho más fácil soportar las privaciones cuando se las compartía.

No era que tuviese que trabajar demasiado. Nunca le había molestado ayudar en las tareas de la casa en su propia tierra. De hecho, cuando en invierno se desataban las peores tormentas, nadie exigía que los criados salieran de sus habitaciones tibias junto a los establos. Sakura y su madre cocinaban y limpiaban para toda la familia. En realidad, más Sakura que su madre, porque ésta nunca había mirado con simpatía lo que denominaba "trabajo de las mujeres". Nadeshiko reía y guiñaba el ojo, y juraba que estaba acostumbrada a pensar que ella misma era hombre. Pero a Sakura no le molestaba el "trabajo de mujeres". Lo que la irritaba en Wyndhurst era recibir órdenes bruscas y secas, impartidas por criados que la miraban con altivez.

- ¿Te duele mucho? -

Sakura desvió la mirada y vio a una niña sentada al extremo de la mesa larga que ella había ayudado a preparar para la comida matutina. La niña estaba a unos dos metros de distancia de la mesa donde Sakura preparaba cortezas de pasta para las tartas de fresas que servirían más tarde. Tenía rostro bonito, limpio y sonrosado, y dos pulcras trenzas de cabellos castaños que caían sobre los hombros menudos. Los ojos ámbar muy grandes encontraron los de Sakura, y por lo tanto ella supuso que la pregunta le estaba destinada.

- ¿Si duele qué cosa? -

- Tu tobillo. Está sangrando. -

Sakura se miró los tobillos. En efecto, la sangre manaba hacia el interior del zapato del pie izquierdo. Se sintió irritada consigo misma, porque su actitud era completamente estúpida; había rehusado obstinadamente deslizar un trozo de lienzo bajo los anillos de hierro. Una actitud infantil, adoptada con la esperanza consciente de que cierto señor sajón se sintiera un poco culpable cuando viese que la piel de Sakura estaba herida a causa de esos condenados hierros. Pero¿a quién estaba lastimando, salvo a sí misma? A él sin duda no le importaría, porque después de todo eran los hierros que él le había ordenado llevar. Se sintió miserable y con unos profundos deseos de llorar, pero juraba eso era algo que no volvería a hacer mientras pudiera.

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