Capítulo XXXIX.

797 62 4
                                    

Capítulo treinta y nueve: Nathaniel – El día en el que temió perderla

Amelia tenía apoyada la cabeza en el cristal del auto. No me hablaba desde la tarde anterior, apenas compartíamos monosílabos y eso me hacía perder la fe en recuperar nuestra relación.

Nos dirigíamos a un campo retirado de Boston para abordar el jet privado de los Vortex. Sentía que los últimos meses de mi vida me los había pasado de avión en avión, a ningún lugar en específico. Y no, todavía no regresaríamos a DC. Estábamos por tomar un vuelo con destino a Sacramento para visitar a Calum. Seguía sintiendo la culpa arañándome el estómago, pero en vez de decir algo decidí quedarme callado, pues sabía que cualquier cosa que dijera podía arruinar el avance que había logrado con Amelia —aunque, en ese momento, parecía que habíamos retrocedido bastante.

Desde el segundo en el que ella puso un pie dentro de la habitación de Quentin y vio a su hermano mayor casi destruido del rostro, pareció odiarme aunque yo no tuviera la culpa de nada. Simplemente les preguntó a los demás de qué se trataba; si al final sus acciones los llevarían a un fin, y Declan fue el único en responderle: «Sí, por supuesto. Verás que vale la pena».

El padre de Amelia y yo nos bajamos al mismo tiempo de la camioneta. Le abrí la puerta para ayudarla a bajar y, con cierto recelo, terminó aceptando mi mano para apoyarse en ella. Su padre tomó el equipaje de ambos y se lo entregó a uno de los hombres que nos esperaban en el campo.

—Mi equipo los estará esperando en cuanto lleguen a Sacramento —habló con el sutil tono diplomático que caracterizaba a Dan Vortex—. Los llevarán directamente a la casa de los McGrath.

—Gracias, pá. —Le agradeció dándole un cálido abrazo y vi cómo él acariciaba su cabello con un dejo de preocupación.

—Te dejo en buenas manos —me dirigió una mirada y lo único que pude hacer fue asentir, nervioso—. Nada de estrés ni ansiedad, ¿entendido? Si llegas a sentirte sofocada, tienes tus medicamentos y conoces los horarios.

—También yo —agregué.

—Tranquilo, sé cuidarme sola...

—Es muy temprano para que me hagan terminar con mi paciencia —se quejó el imponente hombre situado al lado de mí. Amelia se cruzó de brazos con la mirada hacia el suelo—. Tengan un buen viaje.

—Gracias. —Dijimos los dos al unísono.

Ella abrazó a su padre y yo me despedí con un apretón de manos. Esperé a que Amelia terminara de subir la escalinata hacia el interior del avión, y luego la seguí. Poco después de haber entrado, escuché mecanismos moviéndose y vi por la ventanilla cómo retiraban la escalerilla para cerrar la puerta.

Amy se sentó en uno de los lugares que tenían vista hacia afuera y cruzó las piernas en flor de loto.

A pesar de que no sería un viaje largo, así lo sentiría por su volubilidad y mal carácter que tenía conmigo. Yo lo único que hacía era apoyarla y estar con ella sin pedirle nada a cambio, no lo necesitaba. Lo único que quería era su bienestar, así la única forma de conseguirlo fuera acompañándola en un viaje para ver a Calum.

Me senté lejos de ella porque supuse que así lo quería.

Al despegar, la vi cerrar los ojos, como si tuviera miedo de aquella situación. Reprimí las ganas de levantarme, de sentarme a su lado y de tomar su mano para calmarla y, en cambio, yo también los cerré.

No sé cuánto tiempo pasó, pero sabía que ya estábamos sobrevolando Massachusetts cuando sentí su mano sobre la mía. Sus dedos buscaban los míos para entrelazarlos y no dijo nada hasta después de un rato.

—Sé que no debí comportarme así contigo —empezó a decir—, también sé que no tienes nada que ver con lo que le pasó a George... Ya me encargaré de pelearme con mi ex novio y mi hermano...

—Y con el mío —le interrumpí. Ella sonrió.

—Sí, pero no contigo. Ya no quiero pelear contigo, ahora mismo te necesito más que nunca.

—Entiendo. —No quise decir más porque sabía que Amelia todavía quería hablar.

—¿Qué harías tú si descubres a tu hermano en ese estado? —Aún seguía consternada, por supuesto. Incluso yo me encontraba procesando lo que había visto hacía poco—. Entré en pánico, Nate. Lo detesto por lo que hizo pero sigue siendo sangre de mi sangre.

—Amelia, no estoy enojado contigo por cómo reaccionaste.

—Sé que no sabías cómo decírmelo, pero agradezco que lo hayas hecho.

—Siempre seré sincero contigo.

Otra oleada de silencio incómodo nos ahogó. Desvié la mirada a la ventanilla. El sol estaba ocultándose detrás de algunas nubes grises que adornaban el cielo de esa tarde.

Ella recargó la cabeza sobre mi hombro y suspiró.

—¿Puedo preguntarte algo?

—Lo que sea. —Me puse nervioso pero intenté ocultárselo. En esos momentos, cualquier cosa que viniera de su boca me perturbaba porque sabía que no se encontraba en un estado mental estabilizado.

—¿Me amas? —Preguntó después de un minuto pensándose si serían correctas sus palabras que, debía admitir, me tomaron por sorpresa.

No supe qué responder. ¿Había realmente alguna respuesta correcta?

Por supuesto que la amaba, carajo, desde Mae no había abierto mi corazón, pero estábamos pasando por una mala racha. Por mucho que yo la apoyara, que quisiera estar con ella a todo momento, mis sentimientos se hallaban confundidos. Pensé, cuando ella se fue, que los había ocultado en un lugar muy profundo de mi alma hasta ese momento.

Al no recibir una respuesta inmediata, ella dijo:

—En algún momento volverás a decir que me amas —susurró—. No tendrás que mentir... Será real. Y me quedaré. Me quedaré siempre.

Sus palabras ya no dieron lugar a las mías. Todo lo que había pensado con anterioridad se había esfumado y solo quedaba la increíble ternura que había sentido por ella.

Me sonrió un poco y no esperó a que le contestara algo.

La verdad, no esperaba escuchar nada de eso. Mi mente se hallaba tan confundida como al principio.

La amaba, la amaba al igual que amé a Mae en su momento, pero ambas me hirieron. Ambas buscaron su bienestar dejando el mío a un lado como si ser una pareja no tuviera importancia.

Pero tampoco quería hacerme la víctima. Ya no, ya no más.

El jet aterrizó en tierras californianas cuando las estrellas comenzaron a ser visibles en el cielo. El clima era cálido, por supuesto, y la humedad había ocasionado que la coleta de Amelia se esponjara.

Justo como lo había dicho el senador, su equipo nos esperaba para llevarnos a la residencia de Calum y sus padres. La sola idea me causaba escalofríos que recorrían toda mi espina dorsal.

Antes de que Amelia entrara a la camioneta blindada, tomé su muñeca para detenerla brevemente.

—¿De verdad creíste que te dejaría de amar? —Le pregunté. Ella bajó la mirada—. Aunque hayas puesto tu reputación por encima de mí, nada ni nadie estuvo primero que tú. Tengo prioridades, Amelia.

—Yo no...

—Podemos hablar de esto más tarde —le acaricié el cabello y al momento el motor del vehículo se encendió—. Mientras... enfócate en lo que viene.

—No quiero problemas contigo ni con Cal —habló con tranquilidad una vez que estuvimos sentados dentro. El camino tenía muchos baches que nos hacían saltar y movernos descontroladamente de un lado a otro—. Prométeme que no harás nada molesto, ¿sí?

—No haré nada que te dañe. Ni a ti ni a él —suspiré—. No eres la única que tiene cosas que decirle.



Hablemos del gif en multimedia, ¿les gusta Nate con barba? *-*

De amores y senadoresWhere stories live. Discover now