Capítulo IX.

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Capítulo nueve: Nathaniel – El periódico

Después de casi dos botellas y media de tequila y varias caídas afuera del club, los cuatro decidimos que era momento de irnos. Jerome llevó a Mae a su casa, no sin antes desearnos lo mejor como pareja a Amelia y a mí. Mi hermano me echó varias miradas de desconfianza y de inmediato supe por qué. Engañarlo no iba a ser tan fácil e íbamos a tener que trabajar más en nuestra relación falsa. Mae, por su parte, ebria y desequilibrada, le dio un abrazo fuerte a Amy y le pidió que me tratara mejor de lo que ella jamás pudo hacerlo. Resoplé sin que me escucharan porque eso era absurdo.

Cualquier persona en mi vida podría haberme tratado mucho mejor de lo que lo hizo Mae. No tenía sentimientos, era un robot programado para bailar y ahí se acababa la cosa. Podía ser talentosa, pero estaba vacía.

Yo me encargué de conducir el auto de Amy. Ella estaba demasiado ebria como para tomar el control del volante.

—Te llevaré a tu casa y de ahí pediré un taxi —le dije en voz firme y fuerte.

—No, no quiero ir ahí —arrastraba las palabras y hacía movimientos exagerados con las manos—. Estaré sola, y la soledad aunada a la borrachera no es lo mejor para mí.

—¿A la mía? Está Calum, así que no. Ustedes están restringidos el uno del otro.

—No me importa un carajo, Nathaniel —habló con molestia—. Perdona...

—Descuida, es el alcohol —suspiré. La verdad me había asustado su tono de voz—. Me encargaré de que él no te moleste. Te debo una de todos modos.

—Me debes varias. Los besos no venían en el trato —dijo entre risas. Recargó la cabeza en la ventanilla y cerró los ojos. No supe si se durmió o sólo quería descansar la vista, el caso es que no los abrió hasta que entramos al estacionamiento del edificio donde yo vivía.

Logré que rodeara mis hombros con su brazo y así pudimos entrar al ascensor. Su cabeza se movía de una manera antinatural y tuve que reprimir botarme de la risa. Amelia, en cualquier otra ocasión, se vería totalmente decente y jamás pude habérmela imaginado en esa condición.

Aun sosteniéndola, abrí la puerta del apartamento y la empujé con el pie para que los dos pudiéramos entrar. Vi una sombra moviéndose a lo largo de la estancia y luego las luces se encendieron. Amelia se quejó con un gruñido y se cubrió los ojos con las manos.

—¡Apágala! —Le grité a Calum.

—Wow, ¿quién es? —Preguntó desconcertado. Sin esperar a que yo le pidiera ayuda, tomó el otro brazo de Amelia y juntos la recostamos en el sofá—. ¿Amy?

—Aléjate de mí —balbuceó.

—Ni siquiera en Praga se emborrachó tanto.

—Cierra la boca —dijimos Amelia y yo al unísono, haciendo que Calum levantara las cejas y se cruzara de brazos.

—¿Por qué no la llevaste a su casa?

—No quiere estar sola... ¿Y tú qué estás haciendo despierto?

—Estaba preocupado por ti, ya es bastante tarde.

—Cal, por favor.

Yo también me sentía cansado, así que me dejé caer en el segundo sofá de la sala. Calum se quedó ahí en medio, mirándonos a los dos sin podérselo creer.

Se llevó una mano a la barbilla, como si estuviera pensando.

—No podemos dejar que duerma aquí.

De amores y senadoresWhere stories live. Discover now