Capítulo XIX.

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Capítulo diecinueve: Nathaniel — El recuerdo de esa noche

El Mad Fox Brew no era muy frecuentado, y eso lo sabía porque, aún en horas altas, casi no había mesas ocupadas. En la barra había una un otra persona despechada rogándole al bar tender por otra copa.

Me sorprendía haber sido citado ahí, y todavía más al tratarse de George Vortex. Él no parecía la clase de hombre que iba a esos lugares, pero al fin y al cabo, ahí estaba. Me esperaba en una mesa para dos y ya había pedido la primera ronda. Un vaso de brandy esperaba por mí.

George sonrío con malicia al verme y le dio el último trago amargo a su copa.

—¿Qué tal tu día, amigo? —Preguntó. Señaló el lugar desocupado, invitándome a sentar.

—Estaba pensando en una buena respuesta, pero estoy convencido de que te importa un carajo cómo estuvo mi día.

Él asintió y luego se rio.

—Tienes toda la razón. Respeto la audacia que has obtenido del Congreso, se ve que en verdad es tu vocación.

—Bueno, gracias —agregué, extrañado. Me rasqué la nuca con incomodidad y luego me acomodé contra el respaldo.

—Me alegra que hayas venido. Esperaba una excusa de tu parte al menos una hora antes —dijo con sorna.

—Hago esto por Amelia. La familia siempre va primero.

—Yo también lo hago por ella —suspiró—. Creo que me comporté algo... inmaduro contigo. No quiero que seamos amigos, pero sí quiero que podamos estar en la misma habitación sin querer rompernos la cara mutuamente —George le hizo señas a uno de los meseros, indicándole que trajera dos tragos más.

—Como sea —la verdad no tenía muchas ganas de entablar conversación con él. No le creía una sola palabra de lo que había dicho y me esforcé mucho en no empezar con mis comentarios sarcásticos.

—No eres de muchas palabras.

—Me cuesta un poco relacionarme con gente nueva.

—Lo dudo. Trabajas en el Congreso, así que una de tus principales destrezas sería la habilidad de la palabra.

Genial. No llevaba ni diez minutos con George y ya quería escaparme de ese lugar. Simplemente nunca congeniaríamos.

—Mira, Nate, sabía que esto iba a tornarse incómodo en algún momento, así que me tomé la libertad de invitar a alguien que ya conoces... Y que también me conoce a mí.

—¿Calum?

—No, es muy nena para caerme bien. Dijo que soy aterrador.

—Lo eres.

George se rio otra vez, sabiendo que lo único que estaba haciendo era ponerme nervioso y, al mismo tiempo, sacarme de mis casillas. Era impresionante la capacidad que tenía para hacerse detestar.

Volvió a levantar la mano, pero esta vez a la entrada del bar.

Un chico alto, de cabello marrón oscuro y ojos verdes apareció en mi campo de visión. La última vez que había tenido algún tipo de contacto con él fue por teléfono para felicitarlo por el cumpleaños de su hermana Emily. Lucía extremadamente diferente con una barba pronunciada y un gesto de hastío en su mirada.

De amores y senadoresWhere stories live. Discover now