Capítulo XIII.

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Capítulo trece: Nathaniel – Un favor

A las siete de la mañana, la cafetería Silverdale abrió sus puertas. Fui el primer cliente en entrar al local y, para mi suerte, la mujer que estaba esperando ver atendía la caja registradora.

Un cosquilleo me recorrió la espina dorsal cuando Roxanne posó sus ojos sobre mí y frunció el ceño curiosamente.

—No vienes de traje —mencionó—. Nunca te había visto tan casual.

—Necesito que me ayudes con algo. Un favor muy personal —dejé un billete de cincuenta en el mostrador y ella soltó una carcajada.

—No hago favores sexuales.

—Eres tan perversa. No me refiero a esa clase de favores, al menos no el día de hoy —me reí—. Cincuenta dólares por la dirección de Amelia.

—¿Qué?

—Su casa en Boston.

—Cincuenta es muy poco. Ella me va a matar si se entera.

—No tiene por qué enterarse. Y está bien, ¿cien? ¿Ciento cincuenta?

—Doscientos.

—¡Vaya!

—Estoy traicionando a mi mejor amiga.

—No es traición, estás ayudándome.

—¿Para qué quieres su dirección? Si ella se fue es porque no quiere verte.

—Eres ruda. ¿Trescientos y una cita con mi hermano mayor? Es apuesto, sí que lo es.

—¿Se parece a ti?

—Pues... sí.

—Entonces no —dejó de fijarse en mí para concentrarse en un papel impreso con cuentas.

—Lo que quieras, pero por favor...

—Está bien, está bien —tomó el lápiz con el que estaba escribiendo algo en una hoja cuadriculada y luego empezó a jugar con él entre sus dedos—. Dime cuál es tu plan.

—Necesito ir por ella hoy y regresar antes de las siete. Tenemos una función de El Cascanueces en el Kennedy Center.

—Ella adora El Cascanueces.

—¡Lo sé!

—Y aparte tiene que seguir con el jueguito de que son novios.

—Eso viene implícito.

—Nate, no quiero que sigas utilizando a Amelia. Si vas a tener algo con ella, asegúrate de que sea serio. No hagas que me arrepienta de esto, ¿sí?

Asentí lentamente y ella anotó algo en un pedazo de la hoja. Lo arrancó con cuidado y me la dio.

Calle Marlborough #163

—Te lo voy a compensar. Lo juro.

—No tienes que hacerlo, sólo pórtate bien.

—¿No vienes conmigo? ¿Hace cuánto que no ves a tus padres?

—Hace como siete años. Murieron en un accidente de avión.

—Mierda, cómo lo siento, en serio... —El corazón se me estrujó al escuchar eso—. Perdóname, no tenía idea...

—Era broma, tonto. Ya tiene un tiempo que no los veo, pero es lo mejor para todos. Tú ve a lo que tienes que hacer.

—De verdad eres perversa —le repetí. Ella se llevó las manos a la cabeza como si se pusiera una corona y ambos nos reímos—. No le diré a Amelia que tú tuviste algo que ver.

—Pero ella lo sabrá, es demasiado obvio.

Un cliente entró por la puerta haciendo sonar la campanilla.

—Llámame cuando llegues.

—Reza para que no me cierre la puerta en la cara.

—¡Rezo para que primero te abran la puerta, Van Hollen!

(...)

Calum y Jerome me veían caminando de un lado a otro en mi habitación, buscando mis indispensables para ir a Boston y regresar. Guardé en la mochila un cambio de ropa para refrescarme después del vuelo.

Jerome resopló. Calum se sentó a la orilla de la cama sin decir nada.

—Ya sabía que no tenían nada serio ustedes dos —dijo mi hermano—. ¿Por qué nos mentiste?

—Sólo quería mentirle a Mae, no a ti. Te importa un carajo si ella y yo somos novios o no.

—No le enorgullece mucho su patética vida después de que le cancelaron el compromiso —añadió Calum—. Déjalo, pobre alma en desgracia.

—No estás ayudándome en nada y se supone que somos amigos.

—Lo somos.

—¿Qué te hace pensar que Amelia va a regresar contigo sólo para ir al Ballet?

—No es nada más eso. Debo disculparme por mi carácter, y por usarla, y por todo lo que le he hecho pasar. No soy el hombre más agradable con ella.

—No me digas —susurró Jerome.

—¡Cállate!

—Jerome, ¿no ves que está en crisis? El pobre hombre tiene sus sentimientos hechos una maraña y ni él entiende qué es lo que está pasando.

—Sutil —asentí distraídamente para luego guardar mi iPad entre la ropa.

—Y cuando esté frente a ella no sabrá ni qué decir... porque es Nate. Mae le robó hasta sus ganas de vivir.

—¿Quieres dejar de mencionarla?

—No, es graciosa tu expresión cuando escuchas su nombre.

—Y, hasta donde yo recuerdo, ese nombre estaba prohibido en mi casa y en todos lados donde yo esté presente.

—Eres un exagerado —farfulló Jerome. Calum, por otro lado, enrolló mis audífonos y me los dio—. Sólo fue una novia, una relación que no salió bien. Fin de la historia, sigue adelante.

—No, creo que eso no funciona —Calum negó con la cabeza y luego se puso de pie—. Te dejaremos solo porque ya veo que estamos estresándote. Te espero en el auto para ir al aeropuerto.

—Pedí un taxi.

—Cancélalo. Mis servicios son gratis, y nunca rechazas de esa forma a un amigo, no seas imbécil.

—Tiene razón el Labios Perforados.

—Jerome, eres un asco para los apodos —se quejó el Labios Perforados.

—Me importa un carajo. Apúrate, Nate.

Calum y mi hermano salieron de la recámara, para posteriormente salir del apartamento. Una vez que hube terminado, me recosté bocarriba en la cama y cerré los ojos.

Estaba pensando si en verdad era una buena idea ir a buscarla y pedirle que regresara a Boston para ir al Ballet... Solamente para que mi ex novia viera que nuestra fachada era completamente real y que mi vida avanzaba excelentemente.

Pero no. No podía hacerle eso a Amelia.

Saqué todas las cosas de la pequeña mochila y busqué una maleta más amplia en el clóset. La llené de ropa, guardé mis artículos de higiene personal y ya estaba listo. Conecté los audífonos al iPod y lo guardé en el bolsillo de mi pantalón.

La visita no sería momentánea, sino que estaría ahí más tiempo para convencer a Amy de que yo no era un completo estúpido como ella lo creía.








|| maratón 2/2

De amores y senadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora