Capítulo XXI.

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Capítulo veintiuno: Nathaniel – Fraternizando con el enemigo

Mis ánimos estaban por los suelos la noche en la que aterricé en Boston. La cabeza aún me dolía y me sentía mareado todo el tiempo, pero en cuanto vi a Amelia sentí que podía mejorar.

Ella sonreía de oreja a oreja mientras yo caminaba hacia donde ella estaba. El sonido de las llantas de mi maleta me estremecía, pero intenté no demostrárselo. Lo que menos quería era que Amy se sintiera culpable por cualquier cosa.

Abrió los brazos para recibirme con un cálido abrazo, uno que no sabía cuánta falta me había hecho. El perfume de su cabello me hizo sentir como en casa. Me alejé un poco para besar su frente y ella se aferró al dobladillo de mi chaqueta.

—¿Qué tal tu vuelo? —Cuestionó mordiéndose el interior de la mejilla.

—Mi cuerpo y alma hubieran preferido un viaje larguísimo de tres días en auto, pero la tortura valió la pena —sonreí—. Espera, te... ¿te cortaste el cabello?

—Oh, lo notaste —se llevó los dedos temblorosos a las puntas de su cabellera que caía justo sobre sus hombros—. ¿Te gusta?

—Siempre me fijo en tus detalles, en todos. Y sí, me gusta. Es diferente.

Los pómulos de Amy se levantaron al sonreír y un color rosado se apoderó de su rostro.

—¿Y a ti qué te pasa, eh? Pareces avergonzada por cada cosa que te digo.

—Lo sé, yo jamás soy así —resopló—. Me convertiste en una niña estúpida y enamorada.

—Sólo estoy permitiendo que demuestres quién eres en realidad —tomé un mechón de su cabello y lo coloqué detrás de su oreja. Amy levantó la ceja izquierda—. No quiero decir que seas una estúpida, no, por supuesto que no, pero conmigo nunca has tenido la necesidad de fingir nada. En el fondo eres una chica que se enamora profundamente y lo único que quiere es demostrárselo al mundo. Me alegra que estés enamorada de mí, porque yo lo estoy de ti.

Las mejillas de Amelia se encendieron como si yo hubiera presionado un botón en su cerebro. Lo único que hizo fue abrazarme, pues sabía que las palabras no eran su fuerte cuando se trataba de expresar sus sentimientos.

—Te llevaría a la cama pero sé que estás cansado —dijo riéndose.

—Jamás estoy cansado para algo así.

—Entonces vámonos.

Se separó de mí y, con una sonrisita traviesa mostrando los dientes, estiró su mano para que yo la tomara.

Atravesamos a paso veloz el aeropuerto y cuando menos me di cuenta ya habíamos llegado a donde había un auto negro con las ventanillas blindadas esperándonos.

—Esto es demasiado, incluso para ti —expresé.

—Sólo así logré que papá me dejara venir sola.

—Obviamente no es nada sospechoso y no llamas la atención —me burlé.

—Lo mismo dije.

La puerta del piloto se abrió. Por supuesto que Amelia Vortex había llegado al aeropuerto con un chofer.

El hombre canoso y con sonrisa amable guardó mis pertenencias en el maletero para posteriormente conducir hacia la casa del senador.

De amores y senadoresWhere stories live. Discover now