Capítulo XIV.

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Capítulo catorce: Amelia – El recuerdo

Me arrastré descalza desde la mi habitación hacia la de Lily, pero cuando abrí la puerta sin respeto alguno de la privacidad, vi su cama vacía y un montón de ropa tirado en el suelo.

—Salió a trabajar —dijo alguien detrás de mí. Cerré los ojos al reconocer la voz, esa voz que ya no quería volver a escuchar nunca.

—¿Lily trabaja?

—Sí, es niñera —me explicó con el ceño fruncido.

—¿Por qué sabes más tú acerca de esto?

—Pues no lo sé, creí que lo sabrías.

—Tengo otra pregunta para ti: ¿por qué duermes en mi casa? ¿Acaso tus padres ya no te soportaron en la suya?

—Duermo en tu casa porque Quentin me lo pidió.

—Y tú no pareciste tener mucho problema en aceptar.

—Yo... —titubeó. Eso era típico en Declan—, n-no tengo problemas con mis padres. Ya no vivo con ellos.

—Felicidades por crecer.

—Deja de ser tan malcriada, Amelia —expresó. Apoyó todo su cuerpo en el marco de la puerta para seguir hablándome y, al mismo tiempo, impidiéndome salir de la recámara de mi hermana—. ¿Por qué tanto odio? Estas son como unas... vacaciones. Para ti, para Quentin, George también debería estar aquí. Tu familia me tiene cierto aprecio y yo también a ella, así que si me necesitan, ayudaré.

—Lo único que quieren es que intentes engatusarme para reanudar nuestra relación. Ellos quieren alejarme de Nathaniel, aunque en realidad...

—Sé que por más que lo intenten, no lo harás. Eres demasiado independiente como para hacer lo que te dicen. Lo nuestro se terminó, me quedó claro cuando no tuviste ni el menor tacto para decírmelo.

Recordé la tarde en la que lo dejé sin palabras en la boca y con un montón de lágrimas aglomerándose en sus ojos.

No sentí el más mínimo arrepentimiento cuando salí del pequeño apartamento, en el que vivíamos desde hacía siete meses, con maletas en mano y una decisión tomada.

Declan detuvo la puerta antes de que yo pudiera cerrarla por completo.

—No hay nada en Washington para mí.

—Lo hay, sólo que eres demasiado orgulloso como para trabajar con un senador.

—Por favor, no te vayas. Encontraremos algo aquí en Boston para ambos.

—Yo quiero ir al Capitolio, si quisiera quedarme aquí hasta mi padre odiaría la idea.

—Pero no es tu padre el que decide por ti.

—Y tú tampoco, Declan —suspiré—. Es lo que deseo hacer con mi vida.

—¿Te irás ya a D.C.?

—Sí —mentí. A esas alturas ya tenía un vuelo reservado hacia la República Checa.

—¿Y volverás por todas tus cosas? —Preguntó esperanzado. Lo peor fue que me dio completamente igual el sentir remordimiento.

—No, quédatelo todo.

Muy poco me interesaba recoger mis pertenencias del pasado. Todo eso lo había comprado cuando creía estar enamorada de Declan, y conservarlas no valía la pena. Era un ciclo que debía cerrar.

Volviendo a la realidad, me senté en el acolchado puf de Lily y me crucé de brazos, esperando a que el hombre parado frente a mí tuviera la dignidad suficiente como para largarse de ahí.

De amores y senadoresWhere stories live. Discover now