Capítulo XV.

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Capítulo quince: Nathaniel – Pinceles y Harrison

Fueron los doce minutos más largos de mi vida. Amelia hacía todo lo posible por ignorar mi presencia aunque estuviéramos a menos de veinte centímetros de distancia. Estaba tan pegada a la puerta que parecía que yo estaba acosándola.

Cuando el taxi dio vuelta en la calle Pembroke, ella suspiró. Yo también estaba esperando a que ese horrible viaje terminara. Me ofrecí a pagar y Amy accedió en silencio, todavía con su billete entre los dedos.

Enseguida estuvimos frente a un edificio de cuatro pisos y fachada de ladrillo rojo. Amelia subió la escalinata de cemento y la seguí.

—Tim es mi mejor amigo de la universidad —me explicó con una media sonrisa.

—¿Qué estudió?

—Historia del Arte —se encogió de hombros y después colocó su dedo en el timbre para hacerlo sonar.

—¿Cómo es que Historia del Arte y Ciencia Política pudieron congeniar?

—Los primeros semestres tomamos un par de clases juntos, pero Tim cambió de parecer y se rebeló contra su familia.

—¿Sus padres también son políticos?

—Más o menos. Actualmente no mantienen una relación.

—Detesto eso. —Y hablaba en serio. Me parecía totalmente injusto que las familias obligaran a sus hijos a seguir con la tradición de estudiar y trabajar lo mismo que los padres. Simplemente no es lo correcto.

Un hombre alto y bastante delgado nos abrió la puerta. En cuanto vio a Amy, soltó un trapo sucio que llevaba entre las manos y la abrazó con fuerza.

Una punzada de celos me recorrió la espina dorsal, pero me quedé ahí, inerte y fingiendo demencia. Tim le acarició la espalda con los dedos y ella se rio.

Me aclaré la garganta, como en las películas, y ellos se separaron.

—Tim, él es...

—Nathaniel Van Hollen —parpadeó varias veces en mi dirección y luego volvió a sonreírle a Amy—. Tú no pierdes el tiempo, ¿eh? Leí el periódico.

—¡Maldita sea!

—No estamos saliendo en realidad —aclaré. Su amigo levantó una ceja y asintió.

—Sí, claro que lo sé. Amelia está pasando por una sequía actualmente, me han contado.

—¿Qué? ¿De qué hablas? ¿Sequía?

—Roxanne dice que no has dormido con nadie en meses. Lo siento tanto por ti, cariño.

—Literalmente, dormimos juntos hace pocos días... —susurré.

Dormimos.

—Como sea, ustedes dos son tan difíciles. Pasen, por favor, y perdón por el desorden.

Fui el último en entrar. Cerré la pesada puerta detrás de mí y todo lo que vino a continuación no esperaba verlo nunca. Me lo imaginaba por todas las películas que había visto en la que había uno que otro pintor, pero verlo en la realidad era muy diferente.

Había pinceles y brochas manchadas por todos lados. Había decenas de trapos sucios tirados por todo el lugar, así como gasas y periódico pegado en las paredes.

La casa, en sí, era elegante. Las paredes eran muy altas, pintadas con colores claros, y el techo tenía luces empotradas. Parecía un buen lugar para vivir y también para ser ocupado como estudio artístico.

De amores y senadoresNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ