Esa misma noche, estaba reposando mi cabeza en su pecho, dejándome envolver al mismo tiempo por sus brazos y el sonido del latir de su corazón cuando simplemente elevé la mirada. - Alexander- Apenas fue un susurro, pero suficiente para que él inclinara su cabeza, sonriendo con ese brillo tan especial en su mirada. - ¿Recuerdas que todavía debes pedirme matrimonio?¡Van a salirme canas! - Sabía que él solo había estado esperando, respetando mi deseo silencioso de darnos mas tiempo, de esperar al momento óptimo. Ambos estábamos listos, lo sabía. Saltó como un resorte de la cama en cuanto correspondí su sonrisa, abalanzándose sobre su mesilla y sacando una cajita de terciopelo granate del primer cajón. Su mirada expresaba confianza, sabiendo que mi respuesta esa noche y siempre iba a ser un rotundo 'si'.

Seis meses mas tarde nos casábamos de vuelta en Europa, lejos de las miradas indiscretas de la prensa que nos perseguía a ambos en la gran manzana, a Alec por su nominación al Oscar al crear una fantástica banda sonora. A mi por el reciente éxito del último espectáculo en el que participaba, con mi nombre encabezando el cartel. 

Fue una boda sencilla. Nosotros dos, la familia de Alec, Maggie, Ragnor y nuestros amigos de toda la vida. Un pequeño y austero local del ayuntamiento, donde un juez de paz ofició una ceremonia corta pero igualmente bonita. Mas tarde habíamos bailado y disfrutado del día en un pequeño prado algo alejado de la ciudad, alejados de todas las miradas. Ambos habíamos terminado con los pies doloridos de tanto bailar, pero satisfechos a no poder mas. Alec una vez mas logró sorprenderme cuando nuestro primer baile resultó ser aquella canción que compuso la primera vez que me dejó ver su música, aun con mi vida perdida en un trabajo que me permitiera sobrevivir en cuerpo mientras mi alma moría poco a poco.

Los niños tardaron un poco mas en llegar, pero igualmente lo hicieron. Pasaron casi diez años hasta que dos rollizos mellizos aparecieron en nuestras vidas junto con una mudanza a una casa a las afueras de la ciudad. El dúplex de Alec había sido ideal durante todos aquellos años, pero una familia requería de un hogar y todo hogar requiere de privacidad para todos sus miembros. El dúplex no era suficiente. 

Todo fue mas rápido de lo que jamás imaginamos. Encontrar una madre de alquiler fue coser y cantar tras ojear el repertorio que la clínica nos ofreció. Enseguida dimos con una chica que nos convencía a los dos. Una chica que iba a ser inseminada con dos bebés al mismo tiempo. Mellizos, uno de Alec y otro mio. 

Lloré el día que me pusieron al pequeño Rafael en mis brazos por primera vez. Tenía los enormes ojos de cachorrito de Alec que me miraban todavía cegados por el llanto de recién nacido. Justo frente a mi las lágrimas también inundaban los ojos de Alec, que sostenía una mantita idéntica a la que había entre mis brazos. Con los meses el pelo de Rafael creció fuerte y desordenado, tan oscuro como el de su padre. Su tez también era mas clara y su humor se volvía mas huraño, haciéndome reír al tiempo que Alec desesperaba. Esos ojos de cachorrito eran capaces de convencerte de cualquier cosa y pese a no hablar, su mellizo Max y él podían conseguir lo que se propusieran. Max, en cambio, había salido mas propio. Su piel era tostada al igual que la mía, y sus ojos eran igual de profundos. Sin embargo había heredado características de su madre, como el pelo rubio castaño de bucles y unos hermosos labios en forma de corazón.

Alguna vez llegué a pensar que podía darme por satisfecho. Tenía dos hijos que, pese a ser unos trastos la mayor parte del tiempo, eran también una alegría diaria dignos de orgullecerme. Tenía un marido que, pese a los años, seguía manteniendo ese aspecto varonil que se me hacía doblemente atrayente cuando las canas empezaron a poblar su cabeza. Tenía una exitosa carrera a mis espaldas, aun cuando los dos nos habíamos tomado un descanso para cuidar de los mellizos. Un descanso que se transformó en unos cuantos años. Yo fui quien volvió primero a los escenarios. No fue algo que pudiera controlar, simplemente lo necesitaba. Los mellizos tenían seis años por aquel entonces y era su primer año de escuela. Alec apenas tardó un par de meses mas, decía que se aburría estando solo en casa.

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