Dos tipos de Ariel

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No era sorpresa que al entrar a su casa, estuvieran su madre y su padre sentados sobre el sillón de la sala. Ambos miraban televisión, pero inmediatamente dirigieron su atención al sonido de la puerta principal abriéndose.

     "Ahí estás, chamaco grosero. ¿Sabes cuántas horas tenemos buscándote? Y luego nos dicen, unos señores que iban pasando, que te vieron irte a casa de no sé quién en un carro negro, y nosotros te estuvimos llame y llame y no puedes ni contestar." Su madre estaba llorando pero muy molesta. Ariel agachó la mirada, escuchando sus quejidos y asintiendo, de acuerdo en que era un mal hijo, un desconsiderado.

Su mirada pasó del suelo a los ojos de su padre cuando éste le sostuvo el mentón hacia arriba con rudeza.

     "¿A poco te crees muy machito para estarte saliendo de la casa así nada más? Cuando volvió tu hermana no había nadie en la casa, y tú sabes bien que no tiene llave para entrar. Eres el hermano mayor, y se supone que estás aquí para cuidarla, ¡no para irte y volver cuando se te da tu gana!" Le dio una bofetada que pronto le pinto su blanca piel de rojo, seguido por unos golpes a la cien, que pronto le hicieron perder el equilibrio y la fuerza en sus piernas.

     "¡Suéltalo cabrón! Tampoco está chiquito para que le pegues por todo." Ella se puso de pie para ir a defender a su hijo, pero en unos segundos, Ariel ya tenía una marca roja encandecente en la mejilla, y estaba derribado en el suelo.

     "¡Te digo que lo dejes!" Jaloneaba la madre del hombro a su esposo, quien estaba posesivamente encima de su hijo, presionandolo contra el suelo.

     "Te vuelves a salir así sin avisar, y te va a ir mucho peor. ¿Me estás entendiendo?" Como el pobre pelirrojo solo lo miraba en un mar de lagrimas, el hombre le propició otra bofetada más ligera al otro lado del rostro, y en medio de un corto alarido su hijo respondió asintiendo la cabeza repetidas veces.

     Se sacudió a la mujer de los hombros y dejó al muchacho en el suelo, temblando y cubriéndose los ojos, como si esperara que fueran a seguir golpeándolo. Pero eso fue todo. Su madre miró al joven unos segundos, mientras que acompañaba a su esposo a recoger la lata de cerveza que había abandonado en la mesilla de la sala, antes de retirarse ambos hacia las escaleras.

"Y mientras te sigas comportando como un niño maricón, te voy a seguir tratando como tal." Remató su padre al apagar la luz, con Ariel aún en el piso.

      Al día siguiente no habían clases, gracias al cielo. Ya se había levantado Ariel, y estaba en la ducha, sentado bajo el agua, tallándose el cabello lleno de espuma. Ésta le bajaba por el rostro al caer el agua, y solo apretaba los ojos para evitar que el jabón entrará en ellos. Había olvidado por completo los golpes de anoche cuando se pasó el jabón por la cara sin pensarlo dos veces, pero rápidamente recordó todo cuando al tocar sus cienes se encogió de dolor.

     Ariel no esperaba nada de ese día, más que sentarse en su habitación y revisar por segunda ves que no tuviera ninguna tarea. Revisó en su pequeño cuaderno de apuntes; todo estaba ya hecho, indicado por una línea de tinta roja que pasaba por encima de cada enunciado. No tenía nada que hacer, más que ahogarse en sus propios jugos de desgracia.

     Tras decidirse a distraerse con un poco de arte, se adueñó de esa linda esquina de su cuarto, junto a la pared y la cama, dibujando con carboncillos en su amplio cuaderno de dibujo. Mantenía su teléfono a un costado, revisando las horas que llevaba sin probar bocado. Desde el día anterior, cuando salieron de comprar y comieron papas fritas, no había probado nada. No estaba en sus planes salir de su habitación, así que solo le quedaba dedicarse a su dibujo; unas sombras encima de un escenario, sosteniendo instrumentos musicales. Era bastante flojo, con trazos débiles y varios borrones.. Fue entonces que sonó su celular, provocándole una pequeña convulsión que dejó una línea sobre el papel.

No me hagas reír.Where stories live. Discover now