"The flaming mushrooms"

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Imagínate la comunidad mas tranquila, pequeña y limpia que hayas visto en el mundo. Las calles de cemento recorrían de manera fluida y simétrica una ciudad bien elaborada, cada avenida y cada cruce estaba en el lugar; cada edificio conservaba ese aire tan pacifico en sus estructuras elegantes y fuertes, cada tabla de madera embarnizada, los puestos y locales recibían a sus clientes con discretos carteles y anuncios afuera de sus entradas. Las casas eran parte de una arquitectura envidiable, cada una con un toque diferente, y en algunos barrios quedaban vestigios de construcciones coloniales; los colores de crema y ladrillo eran respetados por todos los antiguos y nuevos habitantes de la ciudad.

Habían de hecho más árboles que casas, y las calles eran recorridas por bicicletas en lugar de automóviles la mayoría del tiempo. Los parques estaban tapizados de flores y decorados con fuentes de piedra tallada, el alumbrado creaba senderos que guiaban a los caminantes por distintas áreas de pasto verde donde podían reposar, con bancas y mesas de ajedrez por todos lados para poder escoger el lugar idóneo en dónde descansar.
La población de Oakville no rebasaba de los dos mil habitantes, por lo que las cinco instituciones de diferente nivel de educación eran mas que suficiente para los jóvenes de esta ciudad. Un preescolar acogedor y divertido, una primaria llena de oportunidades y de excursiones a otros lugares, una secundaria levemente estricta donde se formaban a los jóvenes, la preparatoria de los rezagados que no se han mudado de ciudad todavía, y una universidad para los desafortunados que se quedan estancados en esa pequeña ciudad.

Una vez pasadas las primeras tres etapas de 'la vida Oakville', tu única esperanza era que tus padres consiguieran una nueva oportunidad de trabajo en una ciudad vecina, en otro estado o en otro país, en cualquier otro continente y de preferencia en otro planeta. Pero una vez que entrabas a la preparatoria de Oakville, o te dabas cuenta por ti mismo de que debías hacer todo lo posible por escapar, o te rendías y seguías una carrera de abogado en la universidad de tu hogar, donde ni siquiera habían suficientes crímenes para tantos tiburones.
Era un terrible destino conformista, y eso era exactamente lo que aterrorizaba a Abrió los ojos en la mañana al canto de su alarma despertadora, y se dio cuenta de que estaba en el principio del fin.
Quinto semestre.

Mientras que una tétrica versión de la danza de las hadas del cascanueces sonaba en su pequeña caja de madera, Ariel levantó las manos de sobre sus sabanas para tallarse los ojos, liberando un quejido que bien conocen los que no gustan de madrugar; su cabello apuntaba en todas direcciones, y mientras mejor podía abrir sus ojos, mas regresaba del mundo de los sueños a su realidad.
Dormía en una habitación bastante grande, sobre una cama doble. Contaba con un escritorio con cajones llenos de libros, su ropero antiguo de madera tallada y estantes en todos lados, para sostener sus materiales de arte. Aunque todo parecía estar en su lugar en ese cuarto de paredes verde menta, sus sabanas y cobertores azul marino estaban esparcidos por el suelo, junto con algunas almohadas de funda roja. Ariel era un desastre sonámbulo la mayoría de las veces, y siempre se levantaba a recoger su campo de batalla en cuanto podía despertar por completo, así no debía lidiar con un regaño por desatender su cuarto.

Tras caminar por su habitación recogiendo cojines en su ropa interior y camiseta blanca, se dirigió como un muerto viviente hacia su ropero, escogiendo una vestimenta que simulaba lo más parecido a un uniforme escolar.
Ariel adoraba usar uniformes por alguna razón, así que tras despojarse del camisón para descubrir su delgado cuerpo, optó por usar un suéter de rayas azul cielo y blanco sobre una camisa de vestir, con el cuello bien abotonado hasta la garganta. Pantalones de vestir de color café y tenis blancos, y por supuesto una pequeña pulsera de tejido negra para darle un toque de lo que Ariel pobremente conocía como 'personalidad' a su atuendo. De inmediato pasaba al baño, cruzando el pasillo, con el cabello aun siendo un enorme desastre, y como era de esperar de alguien a quien le importaba mucho su imagen, cerraba la puerta del baño y se dedicaba a cepillar y desenredar su cabello sin que alguien pudiera entrar a perturbarlo. Humedecía el cabello con simple agua, y luego usaba una secadora para poner cada mechón de cabello en su lugar, sus ojos azules fijados a su reflejo en el espejo sobre el lavabo viejo. Acomodaba con un poco de cera alguna parte que no quisiera obedecer, y antes de que pudiera terminar de acicalar su cabello rojizo a la perfección, por fuera de la puerta alguien golpeó la pobre madera con violencia para llamar su atención, haciéndolo encorvarse como un gato erizado.

No me hagas reír.Where stories live. Discover now