Todos los gatos son pardos.

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Tras gastarse el dinero de Gabél, los tres regresaron a su casa, donde ya afuera esperaba el impaciente Guillermo.
Su hermano mayor abrió la puerta del copiloto para salir, y el otro de inmediato descruzó los brazos para introducirse en el auto y tomar su lugar. Mientras que se ponía el cinturón, Gabél fue diligentemente a la parte posterior del auto para bajar sus pertenencias.
"¡Cuidado con la nariz!"
"¡Agh!" Marta había presionado el botón que abría la cajuela del auto, la cual se dejo ir con fuerza contra la cara de Gabél, quien sólo se quedo sosteniéndose el rostro y gruñendo de dolor. Marta miró por el retrovisor y le cedió una sonrisa de oreja a oreja, respondida por un giro de ojos.
Gabél se resignó a tomar las bolsas en su brazo antes de cerrar la puerta, echando rumbo para su casa. Marta pisó el acelerador, forzando la carcacha a rugir, antes de comenzar su travesía hacia el lugar del concierto. Guillermo iba relajado a pesar de la velocidad que tomaba Marta, mientras que Ariel se sujetaba con una mano del techo y con otra del asiento al frente.

No tardaron mucho en llegar, las calles a esta hora apenas estaban oscureciendo en el atardecer, y aún así la ciudad estaba vacía; las personas guardaban sus ventas de garaje y entraban a sus casas para resguardarse y encender las luces, uno que otro gato andaba por las sombras y los botes de basura.
El único lugar en donde la gente quería estar era el café. Habían bicicletas estacionadas afuera, y algunos autos ahora incluyendo el de Marta. La gente hacía fila para entrar, entregando dinero a una persona en la entrada, como si se tratara de algún evento grande e importante; Ariel no podía tomarse en serio a una badilla local tocando en un restaurante por cincuenta pesos la entrada. Dudaba mucho que fuera a agradarle el concierto, observando que todas las personas tenían un aire similar de góticos y emos, cosa que lo hizo sentir fuera de lugar hasta que se miró a sí mismo en el reflejo del auto, vestido igual que todos los demás.

"Hey, no se ve tan mal ¿eh?" Guillermo le dijo a Marta, quizá ya habían pasado un tiempo conversando sobre cómo sería este concierto, y de alguna manera cumplía sus expectativas hasta ahora.
"Honestamente no me gustan este tipo de cosas, me van a castigar si regreso tarde y ni siquiera me gusta este tipo de música. Saben, si quieren quédense ustedes, yo voy a regresarme caminando a mi casa."
Marta lo miro con sorpresa, como si no pudiera creer lo que salía de su boca. "No pasamos por todo esto para que des media vuelta, señorito, vamos a entrar a ese concierto y vas a ver que no es la música que tú crees. Además, si alguien intenta violarte se las verá con mis spikes." En lo que ella levantaba su pierna -a pesar de traer falda- para mostrar sus botas negras de plataforma que tenían la suela tapizada de filosos estoperoles.
Ariel no parecía convencido, halando de su camisa y comenzando a sudar de los nervios. "Baja la pierna... Marta, sé que no nos conocemos muy bien, hay cosas sobre mí que no—"
"Si ya sé que eres un marica, ¡andando!" Marta le codeó el brazo, Guillermo solo se rió por el comentario. Ambos ya estaban en camino hacia la cola que se formaba fuera de la puerta, junto a una pared del edificio. Ariel los observó por un momento, y sus ojos de inmediato se pusieron vidriosos. Quería quedarse prendado en ese mismo lugar, con el corazón estrujado como si una mano lo tomara con fuerza. Marta lo había llamado un marica, ¿no era así? Le era imposible de creer. Quizá ella no lo sabía, pero esa palabra era uno de los insultos favoritos de su papá, por lo que escucharla a ella decirlo con esa sonrisa que admiraba, le causaba conflicto.
A pesar de que le costaba en su corazón moverse, caminó para alcanzar a su compañía antes de que alguien más se pudiera formar detrás de ellos, y así evitar separarse de su grupo.
Guillermo solo lo miro de reojo cuando se formó detrás de ellos, continuando con su conversación sin decirle a Marta que Ariel estaba temblando y al borde de llorar. Ellos hablaban y hablaban en lo que se acortaba la fila, la cual crecía detrás de ellos. Sus ojos azules estaban fijos al suelo, con una tormenta en sus pensamientos; dejaba que sus pies avanzaran cada ves que notaba a los otros dos moverse también. Al llegar a la puerta donde estaba el hombre de guardia, Marta pagó las tres entradas de su cartera, y entraron.

No me hagas reír.Where stories live. Discover now