Y

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Estaba mal.

Viktor se había esperado llanto, gritos, un golpe, miles de preguntas que saldrían desde los labios de Yuuri como estampida. Se había imaginado toda una escena digna de telenovela, pero lo único exagerado (según su percepción), era ese temblor del cual intentaba librarse o esconder de los ojos de Yuuri. Pero no podía, y la actitud del japonés no hacía más que aumentar su nerviosismo. 

Su mano se levantó, quiso posarla sobre el hombro del japonés pero dudó. ¿Por qué estaba dudando? ¿Por qué se sentía tan nervioso en vez de aliviado? Soñó miles de veces regresar esos recuerdos a Yuuri, incluso soñó con que al momento en que se los revelaría, el japonés iba a tirarse a sus brazos y le recordaría.

Pero esa era la vida real, y lo único cierto en ese momento, era el vacío mental y existencial que Yuuri tenía en ese momento.

Estaba pálido, completamente paralizado, y su respiración cada vez se tornaba un poco más irregular. Repasaba una y otra vez la fotografía, obligaba a su cabeza buscar ese momento, ese suceso, ese rostro juvenil e infantil que Viktor tuvo algún día. Pero no importa cuando dolor de cabeza se provocara, no encontraba la conexión, esa parte de su vida seguía vacía y en un profundo color negro.

Ese sentimiento de vacío le desesperaba mucho más.

 —Y-Yuuri... —Intentó atraer su atención—. Yuuri, estás muy pálido, ¿estás... estás bien? 

El japonés no pudo responderle. Tenía la garganta seca, no encontraba palabras que decir, y el dolor que punzaba su cerebro se volvía más fuerte, más insoportable. No había tenido un momento así desde hace años, no se había sentido tan confundido, tan perdido, desde que tenía diez años. 

No sé había sentido tan mareado y con la cabeza a punto de explotar.

—Hey, Yuuri, Yuuri...

Aun a pesar del temblor de su mano, el ruso posó esta sobre el hombro ajeno y lo apretó. Pareció ser un efecto inmediato y rápido que trajo devuelta a la realidad al japonés, como si alejara esa neblina que envolvía sus memorias.

Para sorpresa del ruso, Yuuri se dejó apoyar contra el cuerpo ajeno, la foto casi resbalando de sus dedos. Necesitaba un apoyo.

Necesitaba estar cerca de Viktor, necesitaba no pensar, necesitaba respirar...

—Aire... —murmuró, y se apegó mucho más al cuerpo del ruso—. Necesito aire...

—¿Eh? ¿Qué? ¿Te sientes mal? ¿Debo llamar a un médico?

Yuuri negó, con lentitud, siento la cabeza pesada y sin poder tratar de buena forma con cada pregunta del ruso en ese momento.

—Estoy mareado —respondió—. Solo quiero... aire. 

Viktor asintió. Dejó la fotografía sobre la cama y ayudó a Yuuri a levantarse. Para el japonés, el mundo pareció temblar bajo sus pies en cuando se levantó. Se aferró con fuerza a Viktor por un momento, necesitaba un soporte y no podía mentir; sentir como los brazos del ruso le envolvían era un gran apoyo. 

—Ven, vamos a tomar aire, tenemos tiempo.

Yuuri solo asintió.

Salieron del hotel con calma. Viktor se aseguraba de mantener a Yuuri cerca de su cuerpo, apresado y seguro, temiendo que el japonés se desmayara al verlo acariciarse la cabeza en más de un momento. Pero, Yuuri solo intentaba alejarse aquel dolor de cabeza tan insoportable. 

Alejar esa extensa confusión.

Viktor tuvo que reprimir el deseo de querer alzar al japonés y tomarlo tal como princesa. No, sabía que Yuuri iba a negarse en ese mismo momento, lo único que podía hacer era ayudarle a caminar hasta la salida, buscar un lugar donde sentarse y respirar. 

Al pasar de los añosWhere stories live. Discover now