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Había olvidado lo que era patinar sólo por diversión, moverse de un lado a otro, tropezar, caer, y reír junto a alguien que tenía o estaba ganando un lugar en su corazón.

Viktor era como un niño. Se caía junto a él, reía sin siquiera ocultarlo, y en más de una vez Yuuri tuvo que escapar del ruso y de sus manos. Y más de una vez, Viktor le había tomado por sorpresa. Le había abrazado por la espalda y levantado como en una rutina de patinaje en pareja, pero estaban tan poco concentrados que Yuuri temía que la fuerza en los brazos de Viktor fallara.

— ¡V-Viktor basta! —rió—. ¡Voy a caer! 

Viktor sólo lo ignoró, y lo levantó como si no pesara nada. Yuuri podía estar nervioso, pero sabía que Viktor no lo iba a dejar caer por nada del mundo. El japonés era lo más importante, y las firmes manos de Viktor en su cintura le transmitían la seguridad de que estaba siempre seguro y a salvo.

Incluso cuando Viktor le dejó otra vez en la pista, sus manos seguían posadas sobre la cintura de Yuuri y la cercanía de sus rostro seguía siendo grande. Tan cerca, y con tanto silencio que el japonés estaba seguro de que Viktor podía escuchar su corazón golpear contra su pecho, con fuerza, emocionado, queriendo que esa cercanía desapareciera por completo.

Pero, ¿cómo hacerlo? Sabía que entre ambos había una linea que no podía cruzar tan fácilmente. 

—No caíste, ¿o si? —preguntó Viktor con un tono bromista—. Dramático~... No iba a dejarte caer. 

—Sé que no —El rostro de Viktor estaba muy cerca al suyo, y no parecía querer dar señales de alejarse siquiera un poco—. P-pero... Los accidentes ocurren. 

—No confías en mi...

Yuuri se asustó al ver el puchero de Viktor. Y se preguntó, ¿cómo podía el ruso pasar de serio a infantil en tan poco tiempo? Bien, incluso si se lo preguntaba demasiado, siempre llegaría a la misma respuesta; porque su personalidad era así, y le encantaba cada parte de ella, incluso la más infantil.

—Tu eres el dramático.

Su mano acarició la mejilla del ruso, solo por un mero impulso, y con una sonrisa  se separó de Viktor, dio media vuelta y patinó lejos del ruso. No notó la expresión de consternación en el rostro del otro patinador, ni el pequeño, muy pequeño, sonrojo que se había instalado en sus mejillas.

Para cuando el japones se dio vuelta, Viktor había logrado controlarse.

—¿No vamos a patinar más? —preguntó el japones—

—Mh, no lo sé... —murmuró el ruso—. No confías en mi.

Yuuri bufó. Viktor amaba ver al japones de tan buen humor. 

—Confío en ti —aseguró, y agregó—: ¿Cómo habías dicho...? ¡Ah! confío en ti  ¿Ahora y... siempre? 

Cómo lograba tomarle por sorpresa...

Tenían un par de horas más antes de irse. Aun quedaban arreglos por hacer en el recinto, y Viktor conocía el horario de los trabajadores casi por completo. 

Tomó las manos de Yuuri, sin decir ni una palabra y tampoco siendo apresurado por el menor.

—Por ahora, te voy a mantener para mi mismo.

Comenzó a girar cómo si lo único que necesitara en el mundo fuera eso, ese momento, ese lugar, esa persona y esa memoria que iba a conservar cómo una de las más preciadas otra vez. Girar y girar, cómo cuando eran niños y Yuuri no podía mantenerse de pie en la pista, y se aferraba a sus manos para no caer.

Al pasar de los añosWhere stories live. Discover now