Ágape

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Yuuri era muy extraño.  

El niño que Viktor recordaba era tierno, dulce y adorable con casi todo el mundo. Siempre le pedía ayuda cuando no sabía que hacer en la pista, recordaba a un niño sociable que no temía acercarse al resto y tampoco temía fracasar, era un niño después de todo, de niño no conocía la  inseguridad o debilidad.

Pero ahora era diferente.

En cada movimiento Viktor lo veía. Prefería ensayar sólo, encerrado en su propio mundo y hasta ese momento hablaba más que más con ese amigo Tailandés que estaba entre los 10 extranjeros. Dudaba en lo que hacía, era inseguro y Viktor lo veía no estar seguro de si mismo o de lo que estaba haciendo en más ocasiones de las que él se iba a un rincón a descansar y no escuchaba a Yakov.

Aún así, trabajaba duro, y eso le encantaba al ruso.

Miraba al japonés moverse de un lado a otro, parecía distraído otra vez, tenía el ceño fruncido y en más de una ocasión había visto una expresión dolida en el rostro de Yuuri. Había pasado casi un mes desde que lo volvió a ver, y tres semanas desde que lo había acompañado hasta su departamento. Poco a poco a había acercado al japonés, ya le hablaba con más confianza, no estaba tan nervioso a su alrededor, y ya podía adivinar perfectamente bien la razón detrás de esa expresión de tristeza en el rostro de Yuuri.

Siempre era la misma. El estúpido de su novio.

Viktor sabía que en el momento en que el japonés se tomara un descanso, vaya hacia su teléfono y vea que no tenía ni un mensaje de Masao, de deprimiria mucho más. Y ahí sería cuando el ruso se acercaría, le preguntaría que sucedía, y Yuuri le confesaria otra vez que había discutido con Masao.

Pasó de ser la imagen de ídolo a paño de lágrimas.

—¿Y ahora que sucedió? Algo te está rondando la cabeza que no te deja ensayar bien, Yuuri.

En cuanto el japonés se tomó un descanso y salió de la pista, Viktor se acercó. Se sentó a su lado, compartiendo la misma botella de agua que el ruso le había ofrecido con una sonrisa y el japonés, por mucha suerte, le había aceptado sin mucha palabra.

Yuuri mantenía la mirada en el suelo, arisco sin querer mirar al ruso ni decir mucho, pero de alguna forma Viktor lograba traspasar su pared que lo protegía del mundo. Siquiera Pichit lo lograba completamente, podía decirle mucho al tailandés pero tampoco logró derribar su pared con tanta facilidad y rapidez como Viktor lo había hecho. Claro, lo logró en casi un mes, pero era un gran avance.

—¿No me dirás? —insistió el ruso.

Cuando Yuuri lo miró, y vio la expresión de tristeza en el rostro del ruso, se sintió culpable.

—V-Viktor... No te sientas mal, solo que... —calló.

Volvió a dar otro suspiro y se cubrió el rostro con las manos. No quería mirar a Viktor, se sentía tan patético en ese momento, dejando que sus problemas personales se interpusieran con su trabajo. Pero, para Viktor no era así, él más que nadie sabía lo que se sentía estar tan miserable por algo fuera del patinaje.

Viktor le acarició la espalda, suavemente, como si el japonés estuviera llorando y él consolandolo. Para después, siguiendo las caricias, llevar su mano hacia la cabeza del otro patinador y acariciar esta como lo hacía con Makkachin. Y si, Yuuri reconoció la forma de las caricias, se sintió como una mascota, pero consolado.

—Sabes que puedes confiar en mi, ¿no, Yuuri? —sonrió, y se acercó hasta rodear con uno de sus brazos el cuerpo del japonés —. Voy a quedarme a tu lado siempre que me quieras cerca "y esta vez, si lo cumpliré."

Al pasar de los añosWhere stories live. Discover now