XXXII

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Elena le escuchó dar algunas instrucciones a su compañera a través de su teléfono móvil mientras esperaban en el hall de la clínica. Cuando dio por terminada la conversación, ella le hizo la pregunta que la había estado torturando desde la llamada de la enfermera de Owen Stan.

—Sebastian. —Lo obligó a mirarla a los ojos—. ¿Qué sucede?

Sebastian agachó la mirada. No quería angustiarla más, pero no podía excluirla de todo aquello; después de todo, ella era la principal afectada.

—Es él, Elena. —Alzó sus ojos hacia ella. Un terror ya familiar se apoderó de su ser.

—¿Le ha hecho daño a tu padre?

—No, no, tranquilízate. Mi padre está bien.

—Señor Stan, su padre lo espera en su habitación. —Sebastian ni siquiera se lo preguntó, sabía que Elena iría con él.

Entraron en la habitación que desde hacía casi tres años ocupaba Owen Stan en aquella clínica de reposo. Lo encontraron recostado en su cama; llevaba una bata y cuando notó su presencia los contempló.

—Sebastian.

—Papá, aquí estoy. —Se acercó y se sentó en el borde de la cama. Elena prefirió quedarse junto a la puerta. Owen Stan desvió la mirada hacia ella. Esbozó una tímida sonrisa cuando la reconoció.

—Elena —murmuró.

—Sí, papá. Elena ha querido acompañarme. —Sebastian se giró y le tendió la mano—. Ven, acércate.

Ella tomó su mano y avanzó lentamente hacia él. Contempló al hombre que yacía en la cama de aquella habitación y que, cuatro años atrás, había tenido la desagradable tarea de comunicarle lo que le había sucedido para sacarla de su confusión. En aquella ocasión era ella quien estaba tendida en la cama de un hospital y se recuperaba de sus heridas y del deterioro general que había sufrido durante su secuestro.

Owen Stan ya no era el mismo; poco quedaba de aquel hombre que la había tratado con tanto cariño y que le había prometido encontrar al hombre que le había hecho tanto daño. Él extendió su mano huesuda y Elena la estrechó con fuerza.

—Hola, señor Stan. Ha pasado mucho tiempo —dijo y contuvo la emoción. No era solo el hecho de volver a verlo; era el padre de Sebastian y le dolía saber que se encontraba en aquellas condiciones.

—Cuatro años. —Elena asintió. No supo qué hacer ni qué decir cuando, de repente, él comenzó a llorar.

—¡Papá, tranquilízate! Estamos contigo. —Sebastian se puso de pie de inmediato y se arrodilló a un lado de la cama.

A Elena se le estrujó el corazón al ser testigo de cómo Sebastian sufría por su padre. Quería contenerlo y consolarlo, pero se sentía impotente por no poder hacer nada por él.

Owen levantó la mano y su dedo índice señaló hacia una pequeña mesa ubicada frente a la ventana. Ni Elena ni Sebastian le habían prestado atención desde que habían entrado a la habitación. Sebastian se enderezó y fue hasta la mesa. Comprendía la angustia de su padre.

—¿Qué es? —preguntó Elena y se acercó por detrás—. ¡Dios mío! —se llevó la mano a la boca.

Sobre la mesa, había un puzle a medio armar; faltaban algunas piezas, pero la figura que aparecía era inconfundible.

Una enorme imagen de un ramillete de nomeolvides ocupaba el centro del diseño. En la parte inferior se podían observar partes de letras en rojo. Sebastian comenzó a buscar las piezas restantes y las colocó hasta completar el rompecabezas.

Una Obsesión Mortal » Sebastian Stan - Adaptada (EDITANDO) Where stories live. Discover now