XII

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Elena le dirigió una mirada interrogante.

—¿Qué hacemos aquí?

—Buscamos un lugar seguro en el que puedas instalarte —respondió él con tranquilidad, y se puso en marcha.

—¡Espera! —Le tironeó de la chaqueta—. ¡No puedo quedarme aquí! —Sebastian se detuvo y lanzó un suspiro. Sabía que aquel momento llegaría. Se armó de paciencia y la miró a los ojos. Esperaba que ella comprendiera el porqué de aquella situación.

—Es perfecto, nadie podrá imaginarse jamás que tú estás aquí; es precisamente lo que necesitamos. —Elena sabía que los argumentos que Sebastian le estaba dando eran válidos, pero en su cabeza no lograba concebir que él y ella pudieran llegar a convivir bajo el mismo techo; mucho menos después de lo que había sucedido en la habitación de su casa. Era simple: no podía aceptar.

—No puedo; no puedo vivir aquí contigo —dijo por fin.

—¿Por qué no? —Preguntó él mientras dejaba la maleta en el suelo—. Es un lugar que no llama mucho la atención; hay suficiente espacio para que podamos convivir sin ningún problema y, además, a Sam le encantará tener un poco de compañía femenina. —Elena frunció el ceño.

—¿Sam?

—Sí, ya lo conocerás —dijo y sonrió de oreja a oreja—. Subamos y discutamos el asunto mientras comemos algo. No sé tú, pero yo vengo hambriento. —Volvió a recoger la maleta y comenzó a caminar hacia la entrada del edificio mientras Elena continuaba de pie en el mismo lugar. Aquello no podía estar sucediendo, debía hallar una solución y marcharse cuanto antes —¿Piensas quedarte ahí mucho tiempo? —le preguntó él mientras entraba. Elena se cruzo de brazos para contrarrestar la rabia que estaba sintiendo. Había aceptado ayudarle y dejar que le buscara un lugar donde quedarse por su propia seguridad, pero nunca había esperado que él la llevara a su casa. Podría haberse quedado atornillada allí hasta que el sol que caía directamente sobre su cabeza terminase por asarla y demostrarle así que no estaba de acuerdo con lo que pretendía hacer; sin embargo sospechaba que él era capaz de dejarla allí; sabía que tarde o temprano, acabaría por ceder. Comenzó a avanzar pesadamente hacia él y cuando lo alcanzó junto a la puerta Sebastian se mordió el labio inferior para contener la risa. —Qué bueno que hayas comprendido lo que es mejor para ti. —Cuando Elena lo miró, sus ojos castaños despedían chispas de cólera.

—Todavía no está dicha la última palabra —respondió secamente. Caminaron hasta un montacargas enorme que funcionaba como ascensor y él le cedió el paso. Ella entró y se recostó contra la pared en el lado opuesto a Sebastian. Tenía la vista clavada en el techo y evitó tener contacto visual con él en todo momento. Segundos después, el ascensor se detuvo y Sebastian salió primero. Elena echó un vistazo al pasillo, aquel lugar parecía demasiado solitario. —¿Hay otros inquilinos aparte de ti y del tal Sam? —preguntó mientras caminaba detrás de él.

—Solo hay cuatro lofts en el edificio, solo tres están habitados. Te van a encantar mis vecinos. —Se detuvo y le señaló una de las dos puertas que había en aquel pasillo-. Allí viven Mónica y Jessie, con la pequeña Priscilla; en el tercer piso, viven el señor y la señora McKey y sus cinco gatos. Ya irás conociéndolos a todos. —Según sus palabras Sebastian esperaba realmente que aceptara quedarse en aquel lugar. Sería mejor hablar en serio con él y hacerle entender que aquello no era más que una locura. Llegaron hasta la puerta que estaba al final del pasillo y Elena supo que, detrás, se encontraba el mundo privado de Sebastian Stan; un mundo al que no estaba segura de querer entrar y, mucho menos, conocer. Sebastian entró y arrojó las llaves dentro de una vasija de barro que descansaba sobre una mesita de mimbre. —Bienvenida a mi hogar. —Extendió los brazos y la invitó a pasar.  Elena se preguntó a cuántas mujeres habría llevado a aquel lugar y les habría dicho lo mismo. Con seguridad la detective Kara Banks había tenido el honor de conocer la casa también. Se sorprendió gratamente cuando puso el primer pie dentro de aquel lugar. No era una vivienda tradicional sino un enorme loft con paredes revestidas en ladrillo rústico que imitaban la fachada externa del edificio. Unas columnas de hormigón, distribuidas de forma simétrica, parecían sostener el techo. Todo estaba ubicado en un solo ambiente. El salón comedor y la cocina estaban separados de lo que, supuso sería la habitación principal, por una puerta corrediza de madera. Un gran ventanal daba a una terraza completamente cubierta donde Elena distinguió unos cuantos aparatos de gimnasia. El salón apenas estaba amueblado; había un enorme juego de sofás color azul, adornado con almohadones de gobelino, y la mesa de centro era un baúl bajo de cuero color peltre. A un costado una estantería de madera de dos puertas sostenía una enorme pantalla de televisión. Enfrente había una mesa de billar donde las bolas de marfil estaban esparcidas sobre el paño verde y gastado, como esperando una partida pendiente. Dos de los muros estaban cubiertos por posters de viejas películas de ciencia ficción y terror. —¿Te gusta? —Por la expresión de fascinación en el rostro de Elena sabía de antemano cuál sería su respuesta.

Una Obsesión Mortal » Sebastian Stan - Adaptada (EDITANDO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora