XXXI

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Kara y Sebastian se abrían paso entre los matorrales con dificultad. El sol caía sobre ellos con fuerza y se estaban asando. Una docena de hombres había sido enviada a inspeccionar el lugar. Habían usado un helicóptero ya que en coche el viaje duraba casi seis horas.

—¿Soy solo yo o está haciendo cada vez más calor? —Kara se pasó la mano por el cuello sudado.

—Debemos estar a más de cuarenta grados —respondió Sebastian mientras avanzaba delante de ella.

El lugar estaba cubierto de vegetación y no habían visto señales de vida humana en varios kilómetros a la redonda.

—¿Crees que encontraremos el lugar donde Elena estuvo secuestrada? —Sebastian estuvo a punto de responderle que no sabía cuando su handy comenzó a emitir una señal de estática.

—Aquí, el detective Stan, cambio.

—Detective, acabamos de divisar una cabaña hacia el oeste, cambio. —El rostro de Sebastian se iluminó.

—¿Cuál es su posición, oficial? —El oficial le indicó dónde se encontraba y sin perder tiempo él y Kara fueron hasta allí. La espesa vegetación, sumada al calor sofocante y al cansancio, hicieron que su llegada al lugar costara más de lo previsto. Por fin, lograron reunirse con sus hombres y entonces vieron una cabaña semioculta detrás de un pequeño bosque a unos cien metros de donde se encontraban. Parecía abandonada, pero no podían arriesgarse. Sebastian sacó su arma y les hizo señas a los demás para que avanzaran despacio. —Nosotros iremos por aquí —le dijo a Kara. Ella empuñó su arma y lo siguió. Mientras sus hombres rodeaban la cabaña, Sebastian y Kara llegaron por el frente. A medida que se iban acercando a la entrada, se dieron cuenta de que el lugar estaba casi en ruinas. Los huecos de las dos ventanas estaban tapados con maderas. La puerta parecía haber sido arrancada y de la parte superior colgaba una lona sucia y raída. Sebastian avanzó primero, iba agazapado y sostenía con fuerza la pistola. Llegó hasta la cabaña, se apoyó contra la pared y esperó a que Kara hiciera lo mismo. —¿Lista? —le preguntó. Ella asintió. Sebastian corrió la lona que hacía de puerta y apuntó. —Despejado —dijo y miró hacia ambos lados. Kara entró tras él y después de observar con atención, comprendió que se encontraban en un improvisado nido de amor usado seguramente por los adolescentes del lugar.

La cabaña tenía un solo ambiente. Había una mesa y una pequeña estufa junto a una de las paredes. Una cama completaba el pobre mobiliario.

—Es un escondite —dijo Kara; y se guardó la pistola en la cartuchera. Sebastian caminó hacia la cama mientras un par de sus hombres entraba para reunirse con ellos. —Ten cuidado por donde pisas —le advirtió Kara. Él miró el suelo de madera. Estaba regado de preservativos usados y colillas de cigarrillos.

—Deben de haber pasado cientos de personas por este lugar —comentó Sebastian aún sosteniendo la pistola.

—Y cientos de huellas dactilares también.

—Que traigan a los peritos y que nadie toque nada —ordenó y miró la cama. Estaba seguro de que Elena había estado allí cuatro años atrás y de que su secuestrador debía de haber dejado algo de él en aquella cabaña.

—Sería bueno que Elena viniera; tal vez logre reconocer el lugar —sugirió Kara mientras se secaba el sudor de la frente.

—Sí, debemos traerla. Ahora salgamos, dejemos que los expertos hagan su trabajo.

—Este lugar es tétrico —dijo Kara una vez que alcanzaron el exterior de la cabaña—. No puedo imaginar cómo Elena pudo estar metida allí adentro durante tres meses.

Envidiaba a su compañera, porque él si podía imaginarse a Elena en aquel lugar espantoso. Sintió cómo el estómago se le encogía y un dolor palpitante crecía en su pecho al pensar en ella atada a aquella cama y sufriendo en manos de aquel loco.

Una Obsesión Mortal » Sebastian Stan - Adaptada (EDITANDO) Where stories live. Discover now