XVII

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Elena se despertó aquella mañana y lo primero que vieron sus ojos fue la figura de Sebastian recortada por los rayos de sol que entraban por la ventana. ¿Qué estaba haciendo allí? ¿Acaso había pasado la noche sentado en aquella silla velando su sueño? Se había acostado cerca de las once, después de que Brandon se fuera, y lo había esperado despierta un buen rato. Al final había desistido de hacerlo y se había ido a dormir. Ni siquiera lo sintió llegar, tampoco había percibido que se había metido en la habitación para dormir cerca de ella. ¿Qué habría sucedido? Nunca antes lo había hecho y estaba segura de que aquella actitud tenía que ver con la cuarta víctima que el hombre que la acechaba se había cobrado. Se sentó en la cama y lo contempló un instante. Su cuerpo apenas cabía en la butaca. Sus piernas estaban extendidas hacia adelante y un pie descansaba encima del otro. Elevó los ojos y observó cómo la tela de su camisa arrugada salía de forma desarreglada por encima de la cintura de sus pantalones. No había rastro alguno del nudo de la corbata que caía sobre su torso. Tenía las mangas de la camisa arremangadas a la altura de los codos; un cosquilleo en el estómago la invadió cuando se recordó a sí misma rodeada por aquellos brazos. Observó su rostro; parecía calmado, la comisura de sus labios se curvaba casi en una sonrisa y un mechón de cabello le caía sobre la frente. Se sonrojó cuando él abrió los ojos y la miró. Levantó las sábanas para cubrirse. No fue más que un reflejo, sabía perfectamente que estaba tapada por completo. Sin embargo, por la manera en que Sebastian la estaba mirando, se diría que las sábanas no existían o que sus ojos sabían traspasarlas y llegar hasta ella con el mismo poder de un rayo láser.

—Buenos días. ¿Has dormido bien? —Elena asintió.

—Llegaste tarde anoche —dijo y juntó las manos sobre su regazo. Sebastian alzó una ceja.

—¿Me estabas esperando? —Ella tragó saliva.

—Brandon y yo trabajamos hasta las once —explicó. —Cuando me acosté, aún no habías llegado.

—Llegué un par de horas después. —Se levantó y estiró los brazos por encima de la cabeza.

—¿Qué sucedió? —preguntó Elena mientras seguía cada movimiento suyo con atención. Su camisa se había levantado al estirarse y parte de su abdomen asomaba por debajo y atraía, de manera inevitable, sus ojos hacia aquella parte de su anatomía. Agradeció cuando él se giró y le dio la espalda.

—Ha vuelto a asesinar —respondió con la vista fija en la ventana. Elena lo sabía, él mismo se lo había dicho antes de marcharse; sin embargo, volver a oírlo una vez más solo acrecentaba su angustia.

—¿Cómo se llamaba? —Sebastian se dio media vuelta sorprendido con su pregunta.

—¿Por qué quieres saberlo?

—Solo dime su nombre —le pidió.

—Se llamaba Rita Laursen —respondió. Elena cerró los ojos pero no le sirvió de nada.

—Dime los nombres de las otras tres chicas —dijo con la voz quebrada. Sebastian avanzó hacia ella y se sentó en la cama.

—Elena...

—¡Maldición, Sebastian! ¡Solo dime sus nombres! —Sus ojos castaños estaban húmedos por el llanto y Sebastian sintió que Elena necesitaba hablar de aquello y enfrentarse a los fantasmas de un pasado que, irremediablemente, se mezclaba con su presente.

—La primera muchacha se llamaba Anna Beasley; la segunda era Alison Warner.

—Continúa.

—El nombre de la tercera víctima era Tessa Hodgins. —Elena desvió la mirada y clavó sus ojos en la ventana.

Una Obsesión Mortal » Sebastian Stan - Adaptada (EDITANDO) Where stories live. Discover now