Capítulo Doce

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—¿No te parece que es muy pronto? —me preguntó Luciano por enésima vez. No estaba para nada conforme con el hecho que empiece a trabajar, aunque ya remarqué que iba a hacerlo igual.

—Sí, ya sé pero mi papá me necesita. No voy a ir todos los días, ya lo hablamos Lu.

—Cuando vuelvo de entrenar lo paso a buscar por lo de tu mamá.

—Dale, avísame.

—Ya me voy.

—Bueno amor, nos vemos.

—Chau hermosa, cuidensé.

—Sí lindo, anda.

Suspiré negando un poco y me dispuse a terminar de desayunar, aprovechando que Elián seguía dormido, me di una ducha rápida y me cambié. Cuando estaba por de arreglar un poco mi cara que gritaba ''Tengo un hijo de ocho meses que no duerme'', escuché el llanto de mi bebé. Me apresuré a llegar a su pieza para agarrarlo, le aseguré que ya estaba con él y le puse su chupete. Bajé a la cocina, calenté la leche y la vertí en la mamadera, la aceptó gustoso cuando se la entregué. Volví a subir a mi pieza para dejarlo en la cama para terminar lo que había dejado de lado, prendí la televisión para que se entretenga, muy a mi pesar.

Luciano me había propuesto la idea de contratar una niñera, pero no quería saber nada con un desconocido cuidando a Elián. Mi mamá prácticamente me lo prohibió cuando se lo comenté y me aseguró que su nieto se quedaba con ella cada vez que lo necesite. No me gustaba abusar de su hostilidad, era mi responsabilidad, pero no podía desaprovechar la oportunidad porque evitaba un riesgo.

Terminé satisfecha, estaba un poco más presentable para la oficina. Seguí con preparar a mi hijo, armé la pañelera y todo estaba listo para empezar el día.

—Porque yo te voy a enseñar como chamuyar bien sin ser un pesado de mierda, esa es la clave.

—¡Deja de corromper a mi hijo! Y la clave es el respeto —lo reté pegándole atrás de la cabeza a Augusto. Elián estaba sentado en la mesa con su mano en la boca, mirándolo concentrado. Muchas veces me daba miedo el poder que tenía sobre mi bebé.

—¡Malas palabras en frente de mí nieto, no! —se quejó mamá retándonos. Agarró a Elián y besó su mejilla varias veces. Rodé mis ojos levantandome.

—Bueno, ya me voy.

—Anda tranquila, yo te lo cuido. Tu padre está emocionadísimo con un nuevo empleado, pero por lo que me dijo quiere tu aceptación primero.

—Sí, algo de eso me dijo. Estoy llegando tarde ¿Vos no deberías estar en la escuela?

—Me duele la panza —se encogió de hombros.

—Sí, se re nota —me burlé haciéndolo reír. Caminé hasta mi hijo, le di de esas sonrisas que solo él provocaba y me la devolvió al instante— ¡Chau mi amor! Portate bien, hacele caso a la abuela.

Mamá.

—Ay no...

—¡Andate, Azul!

—Mira esto, Eli —Augusto llamó su atención y él lo miró enseguida aunque estaba acongojado. Sus pucheros me mataban y sus ojos aguados mucho más, era muy difícil dejarlo solo.

—¡Dale chau, andate!

Dejar a mi hijo era una de las cosas mas difíciles que me tocaba hacer en el día. Podía trabajar desde casa pero mi papá prácticamente me rogó y le debía demasiado para decirle que no. Conduje lo más rápido que el tránsito me lo permitió, probablemente era algo muy mío llegar tarde a todos lados y ahora con Elián empeoraba.

El Impulso de la OportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora