Capítulo 2

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Cuatro horas. Sólo cuatro horas. ¿Cómo había podido pasar el tiempo tan rápido? Ni yo me lo creía. En cuatro horas ya no estaría pisando suelo terrestre.

Mi cabeza se había vuelto una nube de dudas. ¿Cómo sería nuestra nueva vida? ¿Cuáles serían esas sorpresas de las que hablaba el gobierno?

Mantén la calma.

Esas tres palabras aparecieron en mi mente de la nada. Cómo si una parte de mi conciencia me dijera: "Eh, tranquila, no te agobies, todo va a salir bien". Agradecí a ese "algo" por el apoyo. Realmente lo necesitaba en momentos así.

El timbre sonó de nuevo. ¿A qué se debia tanta visita? Miré por la mirilla y no pude evitar sorprenderme. Era Hayley. Hayley Allen. Mi antigua "mejor amiga". ¿Qué hacía aquí? ¿Qué quería?

— Buenas Hayley, ¿qué quieres? — Lo último que quería transmitirle era aprecio. Ella me había abandonado cuando murió mi abuela paterna. Ella me reemplazó por ni ser suficientemente popular. Ella se olvidó de mí por completo. No se merecía mi aprecio.

— Hola Lisbeth, ¿cómo estás? Hace tanto que no hablamos... — Quería ganarse mi confianza, aunque me sorprendió que su mirada fuera un intento de disculpa. — Me preguntaba si querías ir conmigo a la Despedida. Ya sabes, es tres horas antes de la embarcación. Creo que sería buena idea ir a decirle adiós a la madre Tierra.

La miré fijamente. Detestaba la idea de tener que ir con ella, pero por otra parte prefería ir con alguien de mi edad que con mis padres. Acepté.

— Suena bien. — Crucé los brazos y arquée las cejas. ¿Cuánto tiempo iba a tardar en darse cuenta de que todavía no la había perdonado?

— Estupendo, ya te pasaré a buscar. Luego nos vemos. — Se fue contenta, como si estuviera satisfecha de que por una vez hubiera accedido a salir con ella.

La hora de espera se me pasó rápida. Demasiado rápida diría yo. El brazalete de rastreo y localización (Disp-RLS) hacía que la muñeca me picara. No me había acostumbrado todavía a la molestia que me producía. El dermatólogo me dijo que podía tratarse de alguna alergia, pero que era necesario que llevara ese dispositivo conmigo, así que tenia que vacunarme dos veces al año y ponerme alguna que otra pomada. El Disp-RLS (dispositivo de rastreo, localización y seguridad) servía para que nunca te perdieras, para que te pudieran localizar si te raptaban, o si desaparecías, o lo que fuera. Era una ventaja, así no tenía que preocuparme mucho de vigilar a mis hermanos, ya qué mientras tuvieran ese brazalete consigo, podría localizarlos muy fácilmente.

Cuando Hayley vino a buscarme, fuimos caminando hasta un descampado a las afueras de la ciudad. Iban a organizar una enorme hoguera, dónde tenías que quemar la carta de despedida que le habías escrito a la Tierra.

Cogí un papel y un bolígrafo. Se me hacía extraño utilizar estos dos utensilios, ya qué durante toda mi vida solo había escrito mediante pantallas digitales. Pero suponía que no iban a permitirse el lujo de quemar algo tan caro.

Escribí con la mejor caligrafía que pude las siguientes palabras:

"Bueno, Tierra. La verdad es que no sé lo que decirte. Solo he vivido en ti 17 años, pero en esos años me has gustado bastante. Me gustaría haber viajado más, haber descubierto más de tus fascinantes lugares...Supongo que ya es tarde para arrepentirse. Dudo que leas esto debido a que eres un astro y los astros no se dedican a leer cartas. Que irónico. Simplemente espero que algún día puedas perdonarnos"

Doblé el papel por la mitad, se lo di a una chica pelirroja que era una de las organizadoras del evento. Llevaba una camiseta de color verde que ponía: "En la Tierra nacimos, y en la Tierra moriremos".

— ¿No os queréis marchar? — Le pregunté curiosa. Comprendía que estuvieran enfadados con la sociedad por no haber sido demasiado aplicados pero, si se quedaban, no iban a poder sobrevivir mucho tiempo.

— ¿Marchar? ¿Para morir a la deriva del vacío? No, gracias. — Me miró enfadada, como si yo hubiera sido la culpable se todo. — Si he de morir en algún sitio, lo haré en tierra firme. Todo esto no habría pasado si hubiéramos cuidado mejor el planeta desde el principio.

Asentí y le di la carta. Me senté junto a Hayley en un corro que habían hecho alrededor de la hoguera. Las llamas brillaban con fuerza, y el humo no tardó en elevarse hacia la desgastada capa de ozono. Era un espectáculo realmente precioso.

Todas las personas que habían acudido, se levantaron y se dieron las manos mientras recitaban oraciones con los ojos cerrados. Hubo un momento en el que sentí que era la única que seguía con los ojos abiertos, pero no podía evitar mirar la gracia con la que la gente se concentraba tanto.

Miré a Hayley. Ella sí que tenía los ojos cerrados, pero no decía nada. Pude ver como de sus ojos salían lágrimas, supongo que de la emoción. Yo también  iba a echar mucho de menos vivir aquí.

Cuando terminaron de cantar (por qué también cantaron) hicieron una charla, salían uno por uno a dar un discurso sobre lo bajo que había caído la sociedad, hasta que empezó a atardecer, por lo que apagaron la gran fogata.

— Hayley, ¿estás bien? No te noto muy bien... — Seguía llorando, pero lo hacía en silencio.

— Sí, estoy bien... — Podía oler en sus palabras la mentira. En fin, para qué discutir. Yo tampoco le habría contado a ella mis sentimientos más profundos.

Ya quedaba menos, y mis nervios iban en aumento. Cuando llegué a casa, no había nadie dentro, por lo que tuve que abrir la puerta mediante el brazalete (sí, también funcionaba como llave). Mientras la abría, noté como alguien me vigilaba. Me giré y pude ver como Sean me miraba. Oh, Dios, este chico me iba a volver loca algún día.

— ¿Sean? ¿Qué haces aquí? — Dejé la puerta entreabierta, con un pie dentro de ella. Sean se acercó lentamente a mí con la cabeza un poco baja.

— Beth...Quería... — Se estaba poniendo rojo, sus mejillas se ruborizaban, qué — pedirte sal. — ¿Sal? ¿Para qué necesitaba sal si estaba a punto de abandonar la Tierra? Aún así, decidí seguirle la corriente.

— Oh, claro.— Me adentré en mi desierta casa. Mis padres habían empaquetado la mayoría de los muebles y la casa se había quedado un tanto desnuda.  Fui hasta nuestra antigua cocina, y busqué el tarro de la sal. Tras mucho buscar, encontré uno que estaba por la mitad en una caja. —  Toma, aquí tienes tu sal. — Acompañé el gesto con una sonrisa de oreja a oreja.

— Beth... En realidad yo no he venido a por sal. — Me miró avergonzado, ¿enserio creía que era tonta para no darme cuenta? Su nivel de ignorancia alcanzaba unos límites extremos.

-— ¿Enserio? — Intenté ser lo más irónica posible fingiendo sorpresa. — Entonces, ¿por qué has venido?

Esperaba palabras, no acciones. Sean cogió mi cabeza y juntó mis labios con los suyos. Me estaba besando. ¡Sean, mi vecino, mi amigo de la infancia, me estaba besando!

Antes de que pudiera reaccionar, soltó mi cabeza y añadió:

—Por si no nos volvemos a ver, quiero que quede claro lo que siento. — Me miró fijamente y salió por dónde había venido.

Me había quedado perpleja. Todo había pasado muy rápido, y casi no había tenido tiempo de asimilar las cosas. ¿Sean me había besado? ¿Cuánto tiempo llevaba deseándolo? Ahora no iba a volver a mirarlo del mismo modo. Nunca.

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