CUATRO

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Como la última vez que lo había visto, Enzo estaba de pie observando a la ventana

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Como la última vez que lo había visto, Enzo estaba de pie observando a la ventana. En ese momento ya sabía que me estaba esperando, no tenía una idea desde que hora, pero no tenía pensado preguntar.

Apenas iba a retomar mi plan de salir de la casa antes de que él hablara cuando recordé las palabras de mi madre la tarde anterior. ¿Debería aceptarlo finalmente y dejar que fluyan sus intenciones de ser mi amigo? Mordí mi labio inferior intentando procesar todos mis pensamientos uno a uno.

Antes de que pudiera formular una conclusión, Enzo ya me tenía en su punto de mira.

—Buenos días, Ciara—dijo con voz baja.

—Buenos días, Enzo—retrocedí un paso y me crucé de brazos.

Él avanzó en mi dirección con las manos en los bolsillos de su pantalón.

—Muy temprano, como de costumbre. ¿Me dejarás llevarte a la escuela?—sacó las llaves haciéndolas tintinear en sus dedos.

No respondí, en cambio, me hice a un lado para dejarlo pasar y hacerle un ademán a la puerta. La sonrisa en sus labios se agrandó y caminó hasta salir de casa, yo siguiéndole por detrás. Ambos caminamos hasta el auto que, incluso yo, una de las peores personas para identificar autos, sabía que era uno viejo pero remodelado. Tenía en cuenta que él lo cuidaba mucho y cada dos semanas lo lavaba, siempre al frente de la casa mientras mamá intentaba imitar películas adolescentes lanzándole jabón. Su color era negro, uno brillante que resaltaba cuando la luz le golpeaba.

Abrí la puerta del acompañante adelante y subí. Él cerró la puerta cuando mis pies estuvieron arriba y acomodados, después se fue al volante. Miré la casa, para cuando escuché el motor rugir supe que ya era muy tarde para arrepentirme. A menos, claro, de que me tirara del auto en movimiento.

—Cogerás un resfriado—dijo, cambiando la velocidad.

Bajé la mirada. Vi las gotas de agua resbalar por mi cabello y mojar mis hombros de la blusa de seda que tenía puesta. Me había bañado y por las prisas de salir antes, mi cabello no se había secado apropiadamente.

En el resto del camino ninguno habló. Contaba los segundos que faltaban para llegar a la esquina de la escuela, aunque no hubiera nadie, me daba pavor bajarme de este auto enfrente. Para desgracia mía, no detuvo su manejo y aceleró hasta llegar a la plena vista de los pocos que habían en la entrada. Hice un chasquido con la lengua y me apresuré a bajar cuando lo escuché abrir su puerta. No, no lo dejaría abrir la mía.

—¡Nos vemos, Ciara!—exclamó recargado en su auto y agitando muy lento la mano, despidiéndose. Lo que no quería que pasara, pasó: las personas que podía contar con facilidad giraron a verlo, después a mí. Con fastidio, entré a la escuela sin ganas de ir al salón de arte. Con ese humor no podría continuar ninguna pintura. Me apresuré a llegar hasta mi casillero, donde guardaría los libros innecesarios en mi mochila y que sólo me causaban dolor de espalda. Mientras intentaba acomodarlos de una manera en que no se cayeran la próxima vez que abriera la puerta, me sobresaltó una voz.

Los colores del demonioWhere stories live. Discover now