UNO

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El insistente reloj había sonado cuando yo ya estaba sentada frente al espejo peinándome el cabello, deslizando mis dedos entre esos delgados hilos oscuros

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El insistente reloj había sonado cuando yo ya estaba sentada frente al espejo peinándome el cabello, deslizando mis dedos entre esos delgados hilos oscuros. Fui a apagarlo y después tomé mi mochila del suelo, saliendo de la habitación y bajando las escaleras mientras resbalaba mi mano sobre la madera del pasamanos. Si tenía suerte, la escuela estaría sola y tendría tiempo para estar en el salón de Artes en silencio. 

Cuando vi que la luz de la sala estaba prendida, me mantuve de pie en el último escalón mientras apretaba las asas de mi mochila sujetas a mi espalda. Conocía bien a mi madre, ella siempre se levantaba tarde así que deseché la idea de verla sentada en el sillón con su usual taza de café. En su lugar, me encontré a Enzo mirando por la ventana con los brazos cruzados y vestido tan apropiadamente que me pregunté a qué hora se había levantando. Escuchó el crujido del piso de madera en cuanto me acerqué al arco que conectaba el recibidor con la sala, por lo que lo vi girar la cabeza y perforarme con sus burlona mirada. 

—Buenos días, Ciara—dijo levantando las comisuras de sus labios. 

No me atreví a contestar, en su lugar me di vuelta y caminé por el pasillo al lado de las escaleras camino a la cocina. No me interesaba saber porqué estaba levantado a las seis de la mañana, ni la razón por la que parecía esperar en la sala tan paciente. Si era rápida podría salir por atrás para no verlo de nuevo y llegar a la escuela perfectamente. Pero me sobresaltó cuando lo volví a escuchar ahora más cerca cuando iba a tomar la perilla de la puerta trasera.

—¿Te irás sin desayunar?

Como si lo hubiese convocado, el pan tostado dio un brinco de la tostadora al fondo de la cocina provocando un estridente sonido. Tragué saliva y lo miré por encima de mi hombro, él estaba recargado en el refrigerador. ¿Cómo había caminado detrás de mí sin que yo lo hubiese escuchado? La única que se movía así en la casa era yo.

—Todavía tienes mucho tiempo, ven, te prepararé pan con mermelada—caminó hasta la tostadora y puso el pan sobre un plato que tomó de la alacena de donde mismo agarró el frasco de mermelada. No me moví, tan sólo lo observé. Se movía con rapidez pero con mucha elegancia, sin dudar ni un segundo de sus movimientos. Finalmente, con el pan listo, me incitó con la mirada para sentarme en la mesa al centro de la cocina. Obedecí y me senté en el lugar que quedaba más cerca de la puerta y más lejos de él. En seguida, colocó el platillo frente a mí y después se fue a sentar al otro lado de la mesa, teniéndonos frente a frente.

Sabiendo que no pararía de observarme, decidí empezar a darle un mordisco al pan que olía muy bien. Hasta que el bocadillo ya estaba a medio terminar, él habló.

—Sé que no te agrado, Ciara. Pero planeo remediar eso.

—Son cosas sin solución—contradije tan rápido como él acabó—, además de que no pienso cambiar mi opinión sobre ti.

Sus brazos se subieron hasta tenerlos cruzados y apoyados en la mesa, después se inclinó hacia adelante. Sólo por un breve segundo, vi sus ojos brillar de curiosidad y emoción.

Los colores del demonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora