DOS

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El embriagante olor a chocolate había empezado a molestarme mientras escribía mi reporte de la clase de biología

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El embriagante olor a chocolate había empezado a molestarme mientras escribía mi reporte de la clase de biología. No había girado para ver a Reina luchar contra la máquina de nieve por un buen rato porque sabía que si nuestras miradas conectaban ella me rogaría por un poco de ayuda con sus manos pegajosas y dos clientes enfadados por su pérdida de tiempo. Ya había ido a ayudarle dos veces, no podría soportar otras tres muertes más de conos bajo mi cuidado. Así que cuando ya habían pasado dos horas en esa pequeña heladería junto con ella, me levanté de mi mesa que era la única al fondo y lejos de la vista de los demás y llegué a sentarme en la barra que me mantenía cerca para ver el desastre que la chica con el cabello agarrado en una coleta había hecho. Ya que el suyo era melenudo, parecía haber metido un tenedor por el contacto antes de venir a trabajar.

—¡Esto es una estupidez!—farfulló—Nadie en este mundo puede hacer esto bien, ¡lo hacen parecer tan fácil!

—Tom, el anterior trabajador de esta tienda, si podía hacerlo—dije leyendo el texto en mi cuaderno para asegurarme que no faltaba ningún punto de mi investigación. 

—Pues ya no es Tom, ahora es Reina la única aquí—alardeó.

Tras otros dos intentos, escuchamos la campanilla de las puertas. Fui la única que giró a ver quiénes serían los nuevos clientes ya que mi amiga estaba dándole sus ladeados helados a los otros dos que ya estaban esperando impacientes. Sentí mi sangre helarse por un segundo cuando vi la blanca sonrisa de mi madre, dándole un golpecito en le pecho a Enzo quien le sostenía la puerta para que pasara. Mordí mi lengua tan fuerte que sentí el sabor metálico de la sangre en la boca, podía imaginarme uno de mis dientes pintándose de rojo. Me giré para no verlos más y con una sola mirada hacia Reina, ella entendió qué iba mal. Le sonrió a las dos personas que vivían conmigo bajo el mismo techo y trató de cubrirme con su cuerpecillo.

Les dio la bienvenida como a todos los que habían entrado anteriormente con la diferencia de que esta vez le preguntó a mi madre cómo estaba. Ambas se conocían desde que Reina había empezado a charlar conmigo más de lo que normalmente hace un compañero de clase, así que mi madre se emocionó e hizo de todo para conocerla. En el primer segundo la amo.

—Oh, dulzura, no sabía que trabajabas aquí—dijo mi madre—. Bueno, así podrás mostrarme cuán buena eres como empleada. Por favor, dos conos de vainilla.

Vi la mano de Reina temblar.

En seguida, ella se movió para servir lo pedido. Despejada de mi único escudo, Enzo clavó su vista en mí. 

 —Hey, Ciara.

Estiré mis dedos bajo la barra y los apreté después tan fuerte como mi piel resistió no romperse. Voltee sin dedicarle un saludo nuevamente.

—¿Ciara? Así que aquí estabas—masculló mi madre—; estuve buscándote en todos lados. Enzo quiere llevarnos a tomar fotografías al bosque, ya sabes como ama la cámara. ¿Vienes? —agrandó su sonrisa.

Los colores del demonioWhere stories live. Discover now