OCHO

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Habrá algo que siempre se diferencie

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Habrá algo que siempre se diferencie. Algo que no encaje con lo demás.

Siempre me sentí así. En todo momento, era yo quien no parecía obtener los mismos resultados que los de mi alrededor. Mi padre me enseñó a no dejar que eso me afectara, y aunque me hiciera falta su presencia, seguí sus palabras al pie de la letra todos los días.

Me situé al final de las escaleras con mi vestido ceniciento, uno que llegaba por un poco debajo de mis rodillas y apretaba mi cintura. Mi madre insistió en que usara algo presentable para los invitados, no me permitió usar mis pantalones favoritos ni los viejos. Dejé mi cabello suelto sólo para no sentirme como una completa extraña, no dejaría que ella me quitase lo que soy aunque fuera por nada más ese día. 

Junté mis manos por detrás y me recargué en el inicio del pasamanos mientras veía a una decena de personas caminando por el vestíbulo y el comedor con copas en mano. Recordaba cada uno de esos rostros, cada uno escondiéndose bajo una falsa sonrisa y frases aduladoras a cualquiera que se le asomara un billete por el bolsillo.  No había visto a mi madre desde hace unos minutos, había dicho que iría a preparar las cosas atrás en el patio para cuando la demás gente llegase. En cambio, Enzo charlaba con algunas personas en la sala, con las manos en los bolsillos y sonriendo sólo cuando lo miraran. Parecía igual de fastidiado que yo. 

Lamí mis resecos labios cuando escuché que la señora Fray me llamaba, la mujer que vivía a unas pocas calles y siempre se acercaba a mi madre para platicarle sobre su vida, decirle lo bien que se le veía el cabello y después pedirle muy amablemente un poco de dinero ya que no podía con ayudar a su hijo con la universidad. Hace unos meses descubrí que su hijo no estudiaba, en realidad, vivía en otra ciudad trabajando en un restaurante de comida rápida. No le dije nada a mi madre ya que sabía que ella también lo sospechaba.

Me acerqué a ella.

—Oh, Ciara, no estés allí sola, ven con nosotros—dijo deslizando su mano por mi hombro hasta mi espalda y empujarme suavemente a un pequeño grupo de personas donde también yacía Enzo. 

—Conocí a la familia que se mudó frente a mi casa, en la calle veintitrés—empezó a charlar un hombre, si mal no recordaba su nombre era Richard, mostrando sus amarillentos dientes—. Parecen bien educados, la joven pareja tiene un bebé de unos seis meses.

—Ah, están en la casa al lado de Fred Jensen, ¿cierto?—concordó la señora Fray.

—Sí, de ese borracho—murmuró la otra mujer de la cual no conocía de nada. No me importó observarla mejor en lo absoluto.

—¿Borracho?—inquirió Enzo, metiéndose en la conversación por primera vez desde que había llegado ahí.

—Inclusive borracho le queda corto, un hombre sin escrúpulos que nunca sale de las botellas y el licor—le respondió Richard con una mueca. Después, le dio un sorbo a su vino.

Los colores del demonioTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon