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Narra Jennifer

— Jenni, deberías irte a descansar.

Aprieto la mano de Hugo y no dejo de mirarlo, esperando a que despierte, hasta que su madre me pone una mano sobre el hombro y me da un apretón.

Al alzar los ojos hacia ella, me encuentro con su mirada entristecida y conmovida al mismo tiempo. Muy a mi pesar, me levanto y suelto a Hugo. Me acerco a él, le doy un beso en la frente y salgo de la habitación del hospital con un sabor amargo en la boca.

No sé quien le ha dejado de ese modo, con el rostro magullado y el cuerpo lleno de enormes moratones, que no parecen sencillos de sanar. Pero le encontraré y le daré la paliza de su vida. Aunque estoy casi segura de quién ha sido: Manuel y sus amiguitos.

Cabreada, salgo del hospital y me voy a casa dando tumbos. Cuando llego, me meto en la ducha y dejo que el agua resbale por mi piel y me relaje un poco.

Estoy agobiada. Aún puedo sentir como se me deshizo el corazón al ver a Hugo tirado en la acera, al lado de una farola y con el rostro lleno de sangre brotando de varios cortes, de su nariz y de su boca.

Vuelvo a sentir la misma preocupación, el mismo dolor y la inseparable desesperación. Todavía recuerdo como me temblaban los dedos cuando llamé a la ambulancia, o como tuvieron que calmarme los auxiliares en ella cuando subimos.

Me he pasado la noche velando a Hugo, agarrada a su mano mientras me sentaba en una silla de la habitación del hospital. No me importan las posturas que tengo en el cuello de dormir de una manera tan incómoda, de hecho, su presencia es un recordatorio de mis ansias de verlo despertar.

Sólo me importa él.

Salgo de la ducha, me envuelvo en una toalla y me seco el pelo. Veinte minutos después estoy vestida y somnolienta. Así que, cuando me dejo caer sobre la cama, Morfeo me engulle al instante y sueño con Hugo.

Narra Hugo

Al abrir los ojos, me doy cuenta de que no estoy en mi cuarto, ni tampoco en la calle, en donde esperaba a Jen. Sino en una habitación de hospital, decorada con tonos blancos que pretendían ser inmaculados, pero que no lo consiguen.

Supongo que alguien me encontró en la calle y me llevó a un hospital, lo que realmente me preocupa es si mis padres, Gabi y Jen se han enterado de esto o no. No sé como se tomaría Jen la noticia de que me han dado una paliza, y mucho menos de que fueron Manuel y sus amigos. Lo más probable es que corriera a darles su merecido, dejándome como lo que soy: un cobarde que no sabe defenderse.

Intento incorporarme en la cama, pero me duelen tanto las costillas y el abdomen que me dejo caer sobre el colchón, soltando un gemido dolorido por el dolor que me pellizca la espalda. Me llevo las manos a la cara, frustrado, pero en seguida las quito, porque al ponerlas sobre uno de mis ojos noto una hinchazón dolorosa.

— ¡Hugo! — la exclamación alegre de Jen me hace levantar la mirada, para verla corriendo hacia mí y lanzarse a abrazarme, sin mucha fuerza para que no me doliera — Menos mal que estás bien...

La rodeo con mis brazos y cierro los ojos, enterrando mi cabeza en su cuello y aspirando sin querer el olor de su melena rubia. Su colonia me envuelve y la aprieto contra mí un poco, sin poder reprimir que una gran sonrisa me iluminara la cara.

— No te preocupes por mí, tan solo tengo algunos moratones.

Ella se separa un poco y me mira a los ojos, antes de coger una exhalación y besarme con cierta desesperación. No dudo ni dos segundos en seguir su beso, dejándome llevar y sintiéndome bien por ello. Me gustan sus besos, me gusta su perfume, me gusta Jennifer. Tengo que admitirlo.

Al separarse de mí, se sonroja y se incorpora, pasándose las manos por la camiseta para estirar las arrugas. Soy consciente de que hay una media sonrisa que quiere cruzar su cara, pero no digo nada. No quiero que la borre, me encanta.

— Cuando te encontré tirado en la calle pensé que me moría... — admite.

— Pero ahora estoy bien, gracias a ti.

Alargo la mano y cojo la suya, enlazando mis dedos con los suyos y creando un contacto que logra hacer latir más fuertemente mi corazón.

— Bueno... — baja la mirada y suspira — Iré a llamar a tu madre, ha bajado a tomar un café.

Yo asiento en silencio y ella me da un beso en la mejilla antes de desaparecer de la habitación. Cuando me quedo solo, no dejo de pensar en lo bien que me he sentido cuando me ha abrazado, y ya no digamos cuando me ha besado. Como siempre, no puedo evitar que me recuerde a lo que sentía por Judith, que poco a poco se va disipando.

Ayer, cuando me dijo que Jen tenía algo con Jose, me reí en su cara. Estoy seguro al cien por cien de que no tiene nada con él, ella misma dice que tan sólo lo entrena por Edgar. Aunque no puedo evitar pensar que hay más cosas que echa de menos de ese mundo. A veces, me pregunto si se metió en esas peleas por su padre.

Los rumores que corren por ahí sobre ese tema no son muy favorecedores, y sé que ella lo ha pasado mal, pero no he querido decir nada porque es algo delicado. No debería meterme. Me lo contará cuando esté segura y tenga mayor confianza.

Entonces me doy cuenta. Estamos a viernes, tan sólo quedan dos días y medio para que nuestro trato se acabe. Dos días y medio para estar al lado de Jen, para darle besos, abrazarla y disfrutar de su compañía. El lunes todo terminará y mi vida perderá parte de su luz, porque desde el principio esto ha sido un estúpido plan. Pero es que han pasado tantas cosas... Hemos vivido tanto...

En menos de un mes, Jennifer Gómez me ha cambiado la vida y ha conseguido que disfrute a cada segundo y sonría todos los días. Que gane más confianza. Que los chicos dejen de meterse conmigo. Que empiece a olvidar a Judith. Que mi vida sea mejor.

— ¡Cariño! Me has dado un susto de muerte.

Mi madre me abraza y me besa la cara por todos lados, sin ningún pudor.

— Mamá, para, por favor. Estoy bien — le digo, sonriendo y separándola un poco de mí.

— Perdona, cielo. Es que cuando Jennifer me llamó y me dijo que estabas en el hospital, casi me da algo.

— ¿Jen te llamó?

— Sí. Supongo que lo haría cualquiera, pero hay que admitir que es una gran chica. Y te debe querer mucho. Se ha pasado la noche a tu lado — pone una mano sobre mi hombro y lo aprieta con dulzura —. No la dejes ir, Hugo.

— No lo haré. Te lo prometo.

Ella es mi problemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora