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Narra Hugo

Hace ya rato que Jennifer se ha ido a entrenar a Jose, y tengo un pequeño sentimiento de preocupación. He visto la manera en la que Jose mira a Jennifer, y admito que no me gusta nada. Parece que quiere comérsela con los ojos.

Ahora, estoy en el bar de mis padres, esperando a que venga Judith para que me cuente eso tan importante sobre Jen. No puedo imaginarme qué es, pero tampoco creo que sea tan importante y radical, como para cambiar mi manera de pensar sobre ella.

Paso un paño por la barra, para limpiar el rastro que ha dejado el vaso de un cliente sobre la madera, y cabeceo. Estoy un poco agobiado, no puedo mentir.

Todavía me pregunto por qué quise besar a Jen en el lago esta tarde, no es muy normal que me llenen unas inmensas ganas de compartir mi saliva con alguien, ni que ese alguien la comparta conmigo.

Hasta ahora, había estado tan absorto en Judith que no me di cuenta de que existen más chicas en el mundo. Y, bueno, tengo claro que Jennifer Gómez es una de esas chicas que merece la pena conocer. Mi opinión sobre ella ha ido mutando, desde una pasota que cambia de novio cada mes, hasta una chica espontánea y simpática, que solo trata de encontrar un poco de felicidad en todo esto.

— Hugo, ¿estás bien, enano? Llevas cinco minutos fregando el mismo trozo de la barra.

Miro a mi hermano, que me observa con apariencia preocupada, y me encojo de hombros.

— Nada importante, supongo.

Quito el trapo de la barra, avergonzado, y lo dejo en su sitio. Me remango la camisa blanca y suspiro, mientras cojo algunos vasos sucios y empiezo a lavarlos. Gabi no deja de mirarme, con el ceño fruncido y el rostro en una mueca de extrañeza.

— ¿Es por Jennifer?

No contesto. Porque tampoco es que sea precisamente por ella, le afecta, de forma indirecta, pero le afecta y aún no sé de qué manera y eso me está volviendo loco. Sin contar que quise besarla.

— Sabía que esa chica iba a hacerte daño, Hugo. Es que estaba seguro. Y cuando la amenacé...

— Jennifer no me ha hecho daño — replico mirándolo de mal humor —. ¿Cómo que la amenazaste? ¿Estás loco?

Dejo el vaso que estaba llenando de jabón y suspiro, con las manos repletas de espuma apoyadas en el borde del fregadero. Lo miro, con aburrimiento y me pregunto si mi hermano es gilipollas.

— Es solo una chica, Hugo. Como mucho me daría un tortazo.

Sonrío. La está subestimando.

— Prueba a enfadarla. Te rompería la cara y tendrían que cosértela.

— ¡Por favor! Si es más delicada que una polilla — me observa arquear las cejas y resopla —. Sí, acabo de comparar a tu novia con una polilla.

Novia.

— Jen no es mi novia, Gabi — suelto de mal humor, frunciendo el ceño y volviendo mi atención a los vasos.

— Ya, venga. Si no quieres contármelo, no me lo cuentes, pero si una cosas sé es que las mujeres son demasiado peligrosas e inteligentes. Letales.

— Vete a filosofar a la mesa cinco, Gabi. Llevan un rato sentados y nadie les atiende — interrumpe mamá, dándole un par de palmaditas en el hombro a mi hermano.

Le saco la lengua a Gabi y él arquea las cejas con media sonrisa incrédula. No suelo hacer nada de eso, siempre pienso demasiado las cosas, pero creo que es influencia de Jennifer, ella me insta a ser más espontáneo, al menos sin querer.

Mamá me sonríe y se cruza de brazos, mientras yo sigo fregando a conciencia. No la miro, pero sé que me está observando y que tiene una mirada dulce en los ojos.

— ¿Qué tal esta tarde con Jenny? — me pregunta.

Sí, mi madre la llama Jenny. A ella le gusta poco o nada, pero no quiere llevarle la contraria por educación y mamá se divierte un montón haciéndola rabiar, viendo cómo se contiene por no empezar a gritar como una desquiciada.

De todas formas, a mi madre le encanta Jennifer, dice que me hace mucho bien y que debería salir con ella. Que chicas así no se encuentran fácilmente. Y yo, estoy de acuerdo: una Jennifer es difícil de encontrar.

Veo entrar a Judith en el bar y dejo lo que estaba haciendo.

— Bien. Más tarde hablamos, tengo una conversación pendiente con Judith.

La dejo con la palabra en la boca y salgo de detrás de la barra hasta llegar a Judith. Cinco minutos después estamos en una mesa del bar, en el fondo, con un par de Coca-Colas y una charla todavía pendiente. Como veo que no saca ella el tema, lo hago yo.

— ¿No vas a contarme eso taaan importante?

Estoy un poco borde con ella, lo noto, pero es que hoy ha estado todo el día hablándonos mal a todos, y ahora aparece con estas noticias... Ya no sé qué pensar.

— Sí... — suspira y alza los ojos para mirarme — Mira, sé que te gusta mucho Jennifer, pero no es una chica limpia. Es bastante peligrosa en realidad, créeme.

Sonrío como un completo escéptico.

— Eso ya lo sabía.

— Hugo, peleaba en peleas ilegales y mandó a más de una chica al hospital.

— Lo sé. Ella me lo contó.

— Eso no es todo — baja la mirada y suspira —. Hay rumores de que su padre se suicidó por su culpa.

Quizás no me esperaba en absoluto que fuese Judith quien me dijera esas cosas. Ni tampoco que tratara de ponerme en contra de Jen. Porque nunca pensé que fuera con su personalidad, siempre la tuve cien por cien idealizada y ahora, gracias a Jen de nuevo, veo lo que en realidad hay.

Y es una Judith que no me gusta.

— Mira, Judith, no me interesan los rumores infundados, Jen es maravillosa. No tengo nada más que decir.

Ella aprieta los dientes y coge su bolso y su chaqueta, malhumorada. Me fulmina con la mirada, pero me mantengo firme.

— Bien, haz lo que quieras, pero cuando te deje no vengas a mí a llorarme.

Y sin dejarme contestarle, o preguntarle qué narices le está pasando, da media vuelta y sale pitando del bar.

Ella es mi problemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora