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Narra Hugo

Judith camina con la cabeza alta, mirando todo con seriedad. A veces me asombra su manera de ser, tan lejana y reservada, pero también tiene una parte que me encanta de una manera exagerada.

- ¿Qué tal con Jennifer? - me pregunta con una sonrisa tan calculada que me pone los pelos de punta.

- Muy bien. Es... - ¿cómo defino a Jennifer? Es difícil escoger las palabras adecuadas para definir a una persona como ella - Fascinante.

Judith alza una ceja y me mira con una mueca divertida. Esta vez no tiene esa sonrisa como de robot, parece más real y natural.

- ¿Fascinante? - suelta una carcajada bastante extraña - Fascinantes son los libros, no las personas, Hugo.

Me encojo de hombros. Realmente Jen me parece fascinante, da la sensación de que nunca vas a acabar de conocerla del todo. Es una caja de sorpresas, de sonrisas, de alegría. Pase lo que pase, camina por ahí sonriendo y dando ánimos al mundo, haciendo felices a las personas si puede, y, sobretodo, metiéndose en algún que otro lío.

- Cuando la conozcas mejor, opinarás como yo. Estoy seguro - le contesto.

Ella hace una mueca y ladea la cabeza.

- Lo dudo mucho.

Frunzo el ceño y la miro con los labios torcidos. ¿Está pasando algo y yo no me estoy enterando? Porque, si es así, van siendo horas de hacerlo.

- ¿Por qué?

- Me cae mal.

¿Cómo puede caerle mal Jennifer? Definitivamente, Judith ha perdido el juicio.

- No te ha hecho nada malo - le recrimino.

Judith se detiene en medio de la calle y me mira de brazos cruzados. Me observa, mientras arruga la frente y me fulmina con la mirada. Me detengo a su lado, confuso y con las manos en los bolsillos de mis pantalones.

- ¿Qué ves en ella, Hugo? Dímelo, ¡quizás así pueda entenderte!

Está haciendo un drama de una estupidez. Pero ¿qué le digo? No soy bueno en este tipo de situaciones, aunque realmente las únicas situaciones que se me dan bien son los exámenes. Quizás debería decir la verdad, pero un poco distorsionada, para que no sospeche de la especie de pacto que mantenemos Jen y yo.

- Es guapa, tiene unos ojos increíbles, y divertida. Puedes reírte con ella tanto que corres el riesgo de caerte de la silla. Aunque también me gusta que sonría todo el rato, sin importarle las circunstancias, que viva sin ataduras y que se meta en líos - me río de mi propia ocurrencia, recordando a Jennifer enfurruñada por estar en la comisaría de policía por meterse en una propiedad privada -. Quizás lo mejor que tiene es que es un completo desastre natural, y eso le encanta a cualquiera.

Niego con la cabeza, mientras sonrío, hasta que vuelvo a recaer en la imagen que tengo frente a mí. Judith me mira enfadada y con la mandíbula apretada, además de los puños un poco blancos de tanto apretar la chaqueta de punto que lleva. Resopla y se va sin decirme nada, a grandes zancadas y echando tantos insultos por su boca que no puedo evitar sorprenderme.

¿Qué le pasa?

Confuso, corro hasta alcanzarla, la agarro por el brazo y la detengo, obligándola a mirarme. Una lágrima está resbalando por su mejilla izquierda, sus labios están haciendo pucheros y veo como traga con dificultad.

- Déjame en paz, Hugo - me gruñe empujándome y haciéndome a un lado, con un mal humor bastante notable.

Sorprendido, la dejo ir, porque supongo que necesitará estar sola, pero decido llamarla más tarde. Suspiro y me paso una mano por el pelo, antes de girarme y volver un poco sobre mis pasos, cuando veo que, en la acera de enfrente, Jennifer y Lucas están hablando con dos tíos delante de un bar.

A uno de ellos lo reconozco, es el pelirrojo que nos encontramos Jen y yo cuando fuimos a cenar al restaurante italiano. Edgar, el entrenador de Jen.

Estoy a punto de irme cuando Edgar me ve, frunce el ceño y le dice algo a Jennifer, que al verme me sonríe y me hace una señal, indicándome que vaya a su lado. Asiento y cruzo la calle con la cabeza gacha y las manos en los bolsillos. Hago un gesto brusco con la cabeza, colocándome el flequillo y lo peino con los dedos.

- Hola - digo cuando llego a su lado.

Jen me mira sonriente, con sus ojos azules bastante brillantes y su pelo rubio bastante despeinado. Me coge la mano y me da un pico en los labios, antes de girarse hacia Edgar y el otro chico, quien me mira serio e impasible.

Es guapo, con el cuerpo bastante trabajado, como el de un chico de película que va bastante al gimnasio; el cabello rizado y rubio y los ojos azules. Para rematarlo, tiene la tez morena, como si todavía fuera verano y se haya pasado días al sol, tostándose. Es el chico perfecto para Jennifer.

- Hugo, estes son Edgar - señala a su entrenador, que me sonríe y asiente con la cabeza, moviendo su flequillo pelirrojo - y Jose.

Jose me estrecha la mano y me da un apretón, como retándome. Yo lo ignoro y miro a Jen, que se muestra alegre, como siempre. Al ver su sonrisa, recuerdo lo que le he dicho a Judtih hace un rato: Quizás lo mejor que tiene es que es un completo desastre natural, y eso le encanta a cualquiera.

- Creía que ibas a acompañar a Judith - me dice Lucas frunciendo el ceño.

- Sí, pero hemos discutido y se ha ido sola - contesto encogiéndome de hombros.

Lucas asiente y Edgar da un paso hacia delante.

- Bueno, Jen. ¿Qué te parece ahora mi propuesta?

Ella me mira, mordiéndose el labio inferior un poco nerviosa, y vuelve a mirar a Edgar y a Jose, intercaladamente. A continuación, me mira a mí y me coge la mano, les hace una seña a los chicos y me aleja de allí. Está nerviosa y avergonzada, pero no me ha soltado la mano todavía y yo no tengo intención de hacerlo.

- Hugo... - suspira - Edgar me ha pedido que entrene a Jose para saltar al ring. No tengo que pelear ni nada de eso, y sé que no tengo por qué darte explicaciones de todo esto, ya que no somos nada en realidad. Pero te has vuelto alguien importante en mi vida, y si tú me dices que no lo haga, no lo haré.

Toda la información que acabo de recibir es demasiado grande para asimilar así de golpe, así que me mantengo callado y con los ojos abiertos como platos unos segundos, asimilándolo todo.

- Jen, haz lo que tú quieras hacer. Yo no tengo que contar en esto, es tu vida - le aseguro apretándole la mano, con la mirada un tanto brillante.

Ella sonríe y me da un beso en la mejilla. Todo mi ser reacciona y siento como se me eriza el vello de la nuca. Incluso noto que me pongo nervioso, pero intento ocultarlo.

- Haré lo que tú quieras que haga, al fin y al cabo, tú eres el de las buenas decisiones y yo soy la que siempre mete la pata.

- ¿Quieres hacerlo? - su mirada me dice todo lo que necesito saber. Asiento y miro por encima de su hombro - ¡Edgar! - lo llamo, haciendo que se de la vuelta y sonrío - ¡Lo hará!

Ella es mi problemaWhere stories live. Discover now