22

7.4K 503 10
                                    

Narra Jennifer

He estado corriendo, sin rumbo, de un lado para el otro y he acabado aquí. En el lago. Donde hace unos días traje a Hugo y nos bañamos juntos.

De un modo u otro, termino viniendo siempre aquí. Desde que murió papá y me escapé de casa, me refugio en este paraíso natural. Me gusta el lago de aguas cristalinas, la hierba suave y verde, y los árboles dándole sombra a todo lo que no es agua.

Incluso me gustan las rocas.

Me estoy dando cuenta de que no he terminado de superar lo de papá. Es un trauma que me persigue días tras día, y que vuelve en forma de pesadilla una vez al mes. O que se transforma en la pérdida del control cuando me echan la culpa de ello.

¿Qué pude haber hecho? Tan solo tenía siete años, joder. ¿Tanto lo pude haber decepcionado? No creo que ninguno de mis actos lo llevaran a eso.

Siempre fui una niña modelo, educada, amable, habladora, inteligente y guapa, aunque suene egocéntrica. Siempre traté de serlo. Y de repente me encontré con mi padre muerto, por suicidio, a mi madre destrozada, a mi hermana depresiva y a un montón de gente que me culpaban de ello.

Como si yo fuera la causa de algo que nunca pude controlar.

Suspiro.

¿Qué pensará Hugo de todo esto? No creo que me culpe también. Él es muy diferente a los demás, no va a coincidir en esto. Pero ¿y si Judith le mete ideas equivocadas en la cabeza? Esa tía es tan manipuladora que no me extrañaría nada que lo lograse.

Al pensar en Hugo, los recuerdos se aglomeran en mi mente y me provocan un montón de sentimientos muy contrarios. Porque me gusta muchísimo, demasiado seguramente, y porque voy a tener que alejarme de él contra mi voluntad.

Todos me dicen que no he hecho lo necesario para que se quede a mi lado, pero ¿qué puedo hacer? Él quiere estar con Judith, sé que le gusta. Debe estar enamorado de ella desde que tiene uso de razón, y yo, ingenua como una niña, me he creído que aparecer de repente podría eliminar esos sentimientos, cambiarlos por otros.

Ojalá.

A veces, me planteo la idea de decirle lo que siento, que me gusta y que quiero estar con él pase lo que pase. Después me doy cuenta de que eso no servirá de nada, que lo único que conseguiré será alejarlo, y destruyo esa idea tan rápido como puedo.

Alejándome de mis pensamientos, el teléfono suena en mis vaqueros y la melodía nueva de Ed Sheeran me empapa con su alegría. Shape of you es una de sus mejores canciones.

Al ver que es Rosa quién llama, descuelgo al momento, esperando que no haya pasado nada descabellado.

— Dime, Rosa.

— ¡Jen! ¿Qué tal? El otro día al final no fuimos a tomarnos algo, te debo un café. Bueno, en tu caso una cerveza.

Se ríe y yo esbozo media sonrisa. Rosa es una persona extraordinaria, que siempre me contagia su alegría y que tiene un gran corazón. La pobre ha pasado por demasiadas cosas, pero desde que Alberto, su entrenador y ahora marido, la rescató de aquel antro de striptease ha sabido salir adelante pasase lo que pasase, teniendo el apoyo incondicional de este.

Tienen una historia bastante inusual, la verdad.

— Sí, lo siento. Ya sabes que soy muy despistada y siempre ando con prisas — me justifico como puedo.

— ¡Y tanto! El otro día te perdiste el primer partido de tu chico. Le dio una cacho paliza a un tal Manuel.

La noticia de que Jose le dio de hostias a Manuel no es negativa, al contrario, me anima un poco, más que nada porque ha empezado a recibir parte de su merecido. Se va a cagar.

— Sí, es que me surgió un asunto más importante.

— ¿Más importante? Por Dios, niña, dime que no te has metido en temas de drogas.

— ¡Rosa! — exclamo, sorprendida — No sé cómo se te pasa por la cabeza esa idea.

— ¡Yo que sé! Entonces, ¿por qué no viniste?

— Tuve que irme al hospital con... Un amigo.

— ¿Con el tal Hugo?

— Sí. Me pasé la noche con él allí, no iba a dejarle solo en aquella habitación, estaba demasiado preocupada.

— Bueno, ya me lo contarás. Tengo que irme. ¡Tenemos un café pendiente! Un beso, cielo.

— Hasta luego, Rosa.

Cuelgo el teléfono y vuelvo a suspirar, antes de lanzarlo contra la hierba sin mirar a donde va a parar. Me acuesto y me estiro un poco. Cuando estoy cómoda, con los ojos cerrados y las manos detrás de la nuca, escucho que alguien se acerca.

Entreabro los ojos y veo a una figura masculina sentarse a mi lado. En seguida lo reconozco, porque para mí es alguien inconfundible y ya solo con el simple aroma de su colonia, confirmo quien es.

— ¿Qué haces aquí, Hugo? — le pregunto, incorporándome y mirándolo con temor.

Temor a que fuera a darme peores noticias que las que me espero del lunes.

— Te estaba buscando y supe que estarías aquí. Te conozco un poco más de lo que crees, Jen.

Me encojo de hombros, intentando no mostrarle demasiado interés. Aunque, en realidad estoy encantada de que me busque y me conozca lo suficiente como para saber a dónde voy estando mal emocionalmente.

— ¿Qué querías?

Intento sonar lo más dulce posible, para que no se de cuenta de nada de lo que estoy pensando o sintiendo. No quiero estropearlo todo.

— Siento muchísimo que Judith te haya dicho esas cosas. Le he dicho que...

— No tienes que decirle nada, Hugo. Entiendo por qué hace estas cosas.

— Lo que sea que creas, no justifica nada — me asegura, mirándome con firmeza y excesiva seguridad.

Su mirada atraviesa la mía y siento como me tiemblan los dedos, mientras mi corazón baila desbocado. En numerosos latidos acelerados y demasiado fuertes. Rabiosos.

— Deberías estar con ella en este momento, no conmigo.

— ¿Por qué?

— Está enamorada de ti.

— Lo sé.

— ¿Y qué haces aquí?

Las palabras brotan de mi boca, aceleradas, voraces e impulsivas. Estoy esperando con desesperación su respuesta, y lo veo dudar, sin saber muy bien qué decirme. Aprieto los labios y lo miro con ansiedad.

— Porque yo no estoy enamorado de ella. Ya no.

Ella es mi problemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora