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Shayla llegó a su hogar, con cierto descontento en su rostro. No sabía por qué se sentía extraña y una cierta tristeza se asomó en su corazón al notar el desesperanzador mensaje de Felipe. Llegó mudamente, se rascó un poco los ojos, y decidió tratar de contemplar y reflexionar las acciones del día. Se preguntaba por qué Felipe había decidido tomar ese hilo de conversación con ella, francamente la asustaba con un poco. Es decir, todo lo que tenía que procesar le estaba costando mucho, el cansancio sintiéndose en la pesadez de sus ojos. Caminó a su cuarto, lista para dar un portazo y sumergirse en sus sueños, cuando una luz se prendió en lo profundo de la sala.

Ahí se encontraba su padre, el capitán de la estación local del pueblo. Viró sus ojos lentamente, cuando vio que se encontraba con un vaso medio lleno de un whisky, que fue regalado probablemente por el alcalde, en uno de sus tantos recovecos de tratar de mejorar el aspecto turístico del lugar. Su padre seguía bebiendo, mientras el reloj marcaba el paso al mediodía. Shayla se sintió un poco incómoda debido a la falta de palabras, por lo que decidió empezar ella.

- Lo siento. Me he quedado en lo de un amigo, me olvidé de avisar. - Shayla decía lentamente, mirando al suelo.

- Los dos sabemos que, si miras al suelo, es por qué estas mintiendo. - su padre comentó, mientras dejaba su whisky en una pequeña mesa de lectura, a lado del sillón. – Porque cuando no estoy, - expresó en un tono cansino. - siempre traes alguna novedad para mis oídos. Los oficiales han comentado de tu rebelión en la playa, la escena en la comisaría y de tu escape con un hombre no identificado. - dijo, mientras pasaba sus manos por su cara, en gesto de irritación.

- Es mi amigo. La he pasado genial, es un buen chico. - aclaró Shayla, mientras agarraba sus manos con tonos de nerviosismo.

Su aparente apacible postura se quebró por el repentino golpe que su padre dio a la mesa.

- Deja de hacer estupideces. - vociferó mientras rascaba sus pobladas cejas. – Tú eres una muchacha, no quiero saber que me traigas alguna sorpresita. – insinúo con una vocecita que Shayla odió. - Mañana tendrás que trabajar con el tío Jaime en su restaurante de la playa, y recogerás toda la basura de la playa que se encuentre.

- Tendremos la arena más limpia del continente. – suspiró en un tono cansado.

- Pero, estoy en mis días de vacaciones. No tengo razón para volver a la playa. - se atrevió decir la hija del capitán del pueblo.

- Lo harás como castigo de tus acciones. - condenó su padre en un tono severo. - Avergonzándome otra vez frente a todo el pueblo. – reclamó sin ningún ápice de indulgencia. - ¿Quién es ese chico? No será otro busca-problema, sólo te juntas con los de esa clase. - exclamó su padre, lo que hizo que Shayla frunciera aún más el ceño.

Se quedó callada, sabía muy bien que ponerse en posición defensiva con su padre, sólo terminaría peor. Cerró sus ojos, con una gran pena en su corazón, cuando recordó la última vez que opinó algo en sus peleas. El tema se trataba sobre la universidad.

- Padre, yo quiero asistir a la universidad, quiero conocer el mundo, quiero salir de este pueblo. - Shayla exclamó desesperadamente.

- Imposible. - dijo su padre con mucha contrariedad- Te quedarás aquí y serás parte de los oficiales. Se necesita una buena secretaria. Shayla no es posible por el momento que te vayas del pueblo, entiéndelo. - su padre razonó.

Shayla tragó, imaginando ese triste futuro.

- ¿Por qué estás tan renuente que me vaya? Mis notas son perfectas, tengo muchas actividades extracurriculares, muchas ideas, seré aceptada. Podré experimentar diferentes cosas. Conocer el mundo. - sopesó con aires de esperanza que esperaba comunicar a su progenitor.

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