Capitulo11

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El no había mirado la hora, pero no necesitaba un reloj para hacerse una idea del paso del tiempo.

—Casi una hora—seguía con la mirada clavada en ella. _______ tenía la impresión de que sus ojos la atravesaban como si escudriñara su alma.

—Te has despertado un par de veces antes, pero todavía tenías fiebre y decías tonterías.

—¿Qué clase de tonterías?—preguntó él con brusquedad.

________ lo miró tranquilamente.—No has desvelado secretos de estado ni nada parecido. Creías que ibas a ir a una fiesta.

¿Había querido decir algo más con aquella mención a los secretos de estado? ¿Sabía algo, o había sido una simple coincidencia? Niall quería interrogarla, pero de momento no era dueño de la situación y su cansancio se estaba convirtiendo en una intensa somnolencia. Como si lo supiera, ella le tocó la cara. Sus dedos eran frescos y ligeros.

—Duérmete—dijo—.Seguiré aquí cuando te despiertes.

Aquélla era, por ridículo que pareciera, la respuesta tranquilizadora que Niall necesitaba para relajarse y dormir.

________ salió de la habitación sin hacer ruido y se fue a la cocina, en cuya isleta se apoyó débilmente. Le temblaban las piernas, sus entrañas se estremecían como si fueran de gelatina en respuesta a todo lo que le había pasado ese día... ¡y aún ni siquiera era mediodía! Tampoco había obtenido las respuestas que se había prometido conseguir en cuanto él se despertara. En lugar de hacer preguntas, había contestado a las de él.

No estaba preparada para la intensidad de su mirada. No estaba preparada, desde luego, para que le pusieran un cuchillo en la garganta. Y se había sentido desvalida, incapaz de oponerse a una fortaleza muy superior a la suya, aunque se daba cuenta de que él estaba indudablemente debilitado por las heridas y la fiebre.

El miedo que la había atenazado en su garra helada durante esos breves instantes era mucho peor de lo que había imaginado nunca. Se había asustado otras veces, pero no hasta ese punto. Todavía temblaba y en los ojos le ardían lágrimas que se negaba a derramar. No era momento para llorar; tenía que dominarse. El podía dormir medio día o podía despertarse al cabo de una hora, pero, cuando se despertara, ella habría recuperado el control sobre sí misma. Además, tenía que darle de comer, se dijo, agarrándose con alivio a algo práctico que pudiera hacer. A pesar del plátano y la manzana, seguramente su organismo exigiría alimento frecuente hasta que se hubiera recuperado.

Con movimientos bruscos y entrecortados, puso a dorar trozos de carne para hacer un estofado de ternera y comenzó a picar patatas, zanahorias y apio. Cuando todo estuvo en la cazuela, salió al huerto y recogió los tomates maduros. Después, a pesar del calor, se puso a arrancar malas hierbas. Hasta que cayó de rodillas, mareada, no se dio cuenta de lo erráticamente que se había estado comportando, espoleada por la sobredosis de adrenalina que su organismo había absorbido esa mañana. Era una locura trabajar fuera con aquel calor.

Entró en la casa y se lavó la cara con agua fría. Se sentía ya más calmada, aunque las manos le temblaban ligeramente. No podía hacer nada, salvo esperar: esperar a que el estofado estuviera listo; esperar a que él se despertara; esperar hasta que consiguiera alguna respuesta. Esperar.

Al final consiguió, en un alarde de dominio de sí misma y concentración, avanzar un poco en la preparación del curso que daría en otoño. El curso requería un ritmo y una trama que mantuvieran el interés de los alumnos, que les hiciera superarse. Sin embargo, y a pesar de que se hallaba enfrascada en la lectura y las notas, estaba tan pendiente de él que oyó el leve susurro de las sábanas cuando se movió, y comprendió que estaba despierto. Miró el reloj y vio que había dormido poco más de tres horas. El estofado estaría listo, si tenía hambre.

Diez días contigo (Niall Horan y tu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora