Adiós, Gabriel.

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El recinto quedo vacío, excepto por mí y el muchacho que caminaba hacia la puerta: Gabriel, mí amado Gabriel. Esta era mi oportunidad, no podía perderla. Camine tras de él, dispuesta a confesarle mi amor, cada vez se acercaba mas a la puerta, cada vez veía mi oportunidad más lejos. Tenía que hablarle, decirle algo, cualquier tontería, pero hablar con él, hoy era mi última oportunidad y no la dejaría pasar, no lo permitiría, perdí cientos de oportunidades antes, pero no, esta no. Un nudo creciente en mi garganta presionaba mis cuerdas vocales y me impedía hablar, en un intento por hacerlo salió de mis labios un gemido sofocante casi inaudible, pero él fue capaz de oírlo y justo antes de cruzar el umbral que marcaría nuestro adiós se detuvo y volteo a verme, si, justo a mí, era la primera vez que lo tenía tan cerca, era la primera vez que me veía así, tan directamente, este era el momento de dejar salir todo aquel amor silencioso que escondí durante tanto tiempo, pero mis labios no conseguían gesticular aquellas palabras que tantas veces susurré a mi almohada: <<Gabriel, yo te amo>>.

--Corriste con suerte pequeña, estaba a punto de cerrar la puerta-- dijo con dulzura, con esa actitud alegre y vivaracha que siempre solía tener, la cual amaba con locura, me sorprendía como podía mostrarse siempre feliz, porque sé muy bien que la vida no es así, a menos de que el destino estuviese enamorado de él y lo tratase diferente a mí, porque, se trata de él, de Gabriel Montenegro, el chico más perfecto que algún día hubiese podido pisar la tierra, tal vez el destino lo ama tanto que me dotó de una timidez enorme para que me fuese imposible hablarle, y así quedárselo para él solito, si, podría ser eso -- deberías de tener más cuidado y no quedarte sola en lugares tan grandes como estos- agregó.

Un sinfín de emociones exaltaban en mi interior, era la primera vez que me dirigía la palabra, era la primera vez que lo escuchaba tan cerca, su voz era melodiosa aun sin cantar y producía en mi un efecto anestésico, en el que todo dolor se esfumaba y olvidaba todas la tragedias que ajetreaban mi vida día a día.

Podría irse, debía irse, pero no lo hizo, al parecer notó en mi mirada cabizbaja y llena de timidez que tenía algo que decir, y si, tenía algo que decirle, pero no solo se trataba de un algo, si no de muchos asuntos ¿Cómo decirle a alguien que lo haz amado desde el primer momento en que lo viste, que le haz escrito decenas de cartas, que le has tejido cientos de sueños, que les has enviado miles de besos, que le has regalado millones de suspiros, que le has dedicado infinitamente cada palpitar de tu vida entera, en una despedida? ¿Cómo?

-¿Tienes algo que decirme?

Silencio seco.

Podría decirle que lo amaba, debía decirle que lo amaba, pero no lo hice.

Mis labios se forzaban a hablar, pero de mi pecho tembloroso no brotaba ninguna palabra, la impotencia me inundaba cada vez mas ¡ni siquiera era capaz de mirarlo a los ojos!. Seguía en silencio total, con la mirada cabizbaja, mil palabras trabadas en la boca, la impotencia creciente y la timidez floreciendo por cada poro de mi piel.

-Veo que eres tímida.- musitó para romper el silencio, haciéndome saber algo que ya sabía.

¡Oh Gabriel! ¡Si tan solo supieras!

Sueles enredar mis sentimientos con el miedo, y es por eso que prefiero estar en silencio. Mi corazón te grita a latidos cuanto te quiero, pero sé que todo está perdido. Mis palabras son tímidas que frente a ti todas se esconden, intentando ser reemplazadas por alguna sonrisa, pero no lo consiguen.

La rabia hacia mí me carcome, la impotencia que es causada por este profundo miedo a perderlo arrasa con mi ser, ¿timidez porque no me abandonas nunca? Eres mi enemiga silenciosa, que roba mis oportunidades y hace que pierda lo que más quiero, el odio hacia este miedo inunda mi alma y brota por mis ojos a modo de lágrimas, estas comienzan a rodar por mi rostro tratando de apagar mis mejillas que arden de vergüenza.

Él se percata de mi llanto, y en un acto precipitado se abalanza sobre mí y nos unimos en un fraternal abrazo.

Sus fuertes brazos rodean mi espalda y me aprietan contra su pecho con dulzura, frota mi espalda con sus cálidas manos, su cuerpo encaja perfectamente con el mío. El tiempo se detiene ante mis ojos antes de cerrarlos, y descubro, que en sus brazos es el lugar donde quiero morir, despertar, amarlo para siempre, todo en un mismo instante, en un mismo lugar: el mejor lugar del mundo: el paraíso para mí.

<<Quédate>> pienso mientras me pierdo en su pecho y me embriago de sentimientos, mi corazón late descontroladamente tanto que temó que él lo escuche, pero en estos momentos eternos no hay lugar para el temor, después de unos cuantos segundos nuestros corazones palpitan al unisono, al mismo ritmo, pero-desgraciadamente- no son movidos por el mismo sentimiento, nuestros cuerpos se funden en uno solo, empapo su suave camisa con mis lágrimas, y guardo en mi memoria cada bocanada de su olor, cada rastro de su piel, cada nota de su voz, cada latido de su corazón, pues sé muy bien que esta es la última vez.

¡Oh Gabriel! ¡Si tan solo supieras!

Mi paz es interrumpida por el sonido leve de su nombre a lo lejos, lo han llamado, tiene que marcharse.

Me aferro a su fugaz silueta antes de soltarlo y dejarlo ir, para siempre.

-¡Sonríe!- gesticula con una gran sonrisa entre los labios en un susurro casi inaudible, antes de marcharse para siempre de mi vida, pero no, Gabriel, no me pidas eso, porque no lo cumpliré.

Lo observo cruzar el umbral que separa para siempre nuestras vidas, nuestra historias, lo veo partir, y diviso aquella trágica escena en la que mi única razón para sonreír se marcha como una vieja película proyectada por un desgastado reflector.

Espero a que sus pasos se hagan más tenues hasta que dejan de existir en mi atmósfera. Me tiro al suelo tratando de recoger los inexistentes pedazos rotos de mi corazón, pero se lo ha llevado él, toda mi vida se la ha llevado él.

Y lloro, en el lugar donde me enamoré de él, el mismo lugar donde murió el amor.

Ya es tarde, lo he perdido.


Serie Bethania y Gabriel.

Escrito antigüo sin editar de historia inconclusa. 

Delirios de una patética soñadoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora